Desde hace años se nos dice que estamos en «la era de la comunicación». Nosotros también estamos convencidos de ello.
La comunicación de la civilización, de las pantallas, de la destrucción del lenguaje, de la desaparición, o casi, de la capacidad de emocionar y emocionarse sin soportes robóticos, la civilización de los sentimientos liofilizados en soportes de silicio.
Esta comunicación se basa en torres de alta tensión sobre cemento, antenas repetidoras que esparcen tumores y leucemias, edificios con servidores que provocan la evaporación de ríos enteros y la comunicación se antepone cada vez más al control y al dominio que la propia comunicación permite: experimentos globales en materia de seguridad como los puestos en práctica con la llegada del covid-19, o la máquina trituradora de cerebros de la propaganda bélica en la guerra entre OTAN y Rusia son los ejemplos más recientes y destructivos.
Los efectos de esos experimentos son palpables cada día, por ejemplo con la virtualización (y el consiguiente control incrementado y perfeccionado) del mundo estudiantil y del trabajo asalariado. Aunque no somos defensores de la escuela o de la fábrica, no nos deja indiferentes el hecho de ver como se aprieta un nuevo eslabón a la cada vez más opresiva cadena de la explotación. El producto principal de esta comunicación son toneladas de datos o mega datos, sonsacados, a coste cero, a masas de humanos en beneficio de multinacionales.
Más allá de los trágicos costes en términos de robotización del individuo, esta comunicación se basa en presupuestos muy concretos, soportes físicos que devastan la tierra, envenenando el aire, intoxicando todo, produciendo, por ejemplo respecto a los animales no humanos, un verdadero holocausto.
El reverso de la medalla es que los vástagos de este inmenso sistema de comunicación y dominio están en casi todas partes, en todos los territorios, lo que también lo hace vulnerable.
En una aventurera noche de invierno hemos atacado dos instalaciones de telecomunicaciones con un total de 6 antenas, con neumáticos, gasolina, trapos y material inflamable.
Con Alfredo y los otros compañeros y compañeras en lucha, y que han emprendido huelga de hambre en solidaridad con él!
Con los compañeros y las compañeras de todo el mundo: en prisión, en la calle, en clandestinidad!
¡Viva la aventura! ¡Viva el ataque! ¡Viva la anarquía!