El Estado es débil

La decisión del tribunal de vigilancia de Roma, hecha pública el 19 de diciembre, de confirmar la detención bajo el régimen del 41 bis para el anarquista Alfredo Cospito es de hecho una condena a muerte, dada la decisión del compañero de no interrumpir la huelga de hambre hasta el final comenzada el 20 de octubre. El Estado muestra sus músculos y se prepara a la prueba de fuerza. Su lema se podría resumir con matar a uno para detener a cien, apuntando a la liquidación del movimiento anarquista, al menos el de nuestra generación. En cambio, lo que está dando es en realidad una prueba de debilidad. Llevamos dos meses diciéndonos que no es el momento de análisis y reflexiones, que la situación es urgente, que hay que actuar.
Y sin embargo, si es cierto que para el anarquismo la teoría nunca esta separada de la práctica, ya que estas se entrelazan de forma indisoluble, quizás este sea precisamente el momento no tanto de pararse a reflexionar, sino de razonar continuando a actuar.
En extrema síntesis. Creemos que el Estado italiano ha cometido un gran error decidiendo abrir el 41 bis por primera vez a un anarquista encarcelado. Este error ha derivado en la verificación de la mayor movilización de denuncia y de lucha, concreta e internacional, contra el 41 bis desde que se inauguró en 1992 este infame régimen de aniquilamiento y tortura. Este movimiento no está guiado por sinceros demócratas, sino que es impulsado en su esencia propulsora por la acción individual de un compañero indómito, que en esta lucha está poniendo en riesgo su propia vida, y por tantas acciones e iniciativas, individuales y colectivas, de un movimiento anarquista que ha sabido recuperar la rabia y la vitalidad.
Ante todo esto, paradójicamente, hoy el Estado podría evaluar que –dado que el error ya está cometido y que habrá que pagarlo– matar a Alfredo Cospito podría ser la opción menos dolorosa. La alternativa sería la derrota y el tener que dar un importante paso atrás, también porque el movimiento anarquista internacional no promete, por su parte, dar pasos atrás a cambio de la vida de un compañero. El anarquismo no está canjeando (ni podría hacerlo jamás) algún tipo de desarme a cambio de la desclasificación de Alfredo. Así el Estado no tiene ninguna garantía de que los anarquistas se detendrán. De hecho, teme que se revitalicen con una victoria contra el 41 bis.
Se trata de una apuesta arriesgada. Y la vida de Alfredo hoy pasa por los dados de estos infames jugadores de azar.

Los Anarquistas en el 41 bis: génesis de un intento de hundimiento político-militar

Estamos en la primavera del 2022. El país está soportado por el gobierno de Unidad Nacional liderado por aquel que según muchos es el hombre más estimado por las élites políticas y económicas europeas: Mario Draghi. La paz social es asfixiante. Por otro lado está la guerra, aquella de verdad, a las puertas de Europa. El gobierno Draghi, en particular su componente de centroizquierda, es un ferviente partidario de la política de la OTAN. Con mucho, uno de los gobiernos más belicistas de la alianza. Esto provoca enormes sacrificios para la población. Draghi lo sabe bien y sabe igualmente bien que la paz social es un matrimonio frágil, que puede colapsar en cualquier momento. Draghi lo sabe bien precisamente porque, como director del Banco Central Europeo, es uno de los responsables de la carnicería social en Grecia.
Los anarquistas pueden ser precisamente aquella mecha que hace estallar la situación: son los únicos que, de hecho, nunca han desarmado las razones de la ofensiva, de ahí la significatividad de una unión entre crítica y práctica que por su naturaleza es profundamente social y nunca meramente política. Esto se debe a que –como nos gusta repetir muchas veces– nos ponemos directamente en el interior del conflicto, explotados entre los explotados, oprimidos entre los oprimidos, sin enfrentarlo ni dirigirlo desde afuera. Sin embargo, los anarquistas aparecen en ese momento, a los ojos de los gobernantes, extremadamente débiles y divididos. Cabe recordar que el 41 bis es en absoluto el momento más político de todo el mecanismo judiciario, tanto es así que es el ministro de justicia quien firma los decretos de internamiento, cosa que no sucede con ninguna otra ordenanza o sentencia de ningún orden y grado. Y así la entonces ministra Marta Cartabia el 4 de mayo firma el decreto de detención en el 41 bis para el anarquista Alfredo Cospito, un procedimiento que al día siguiente se convierte en ejecutivo.
Estamos en tiempos de guerra y entonces puede venir útil una metáfora de tipo militar. El Estado en esos meses ha intentado empujar en profundidad, el ataque contra el movimiento anarquista debía servir de cabeza de puente para una ofensiva general contra quien persevera en creer en la posibilidad realizadora de la transformación revolucionaria y, más en general, contra el antagonismo y la oposición social. Estos son los meses en los cuales la Procura de Piacenza, por poner el ejemplo más llamativo, llegó a arrestar a seis sindicalistas acusándolos de extorsión porque pedían aumentos salariales al patrón. Si contra el movimiento antagonista bastan duros golpes, contra los anarquistas el objetivo es la liquidación, al castigo ejemplar; el Estado no quiere vencer, quiere extravencer. Tras pocas semanas llega la condena de Juan Sorroche a 28 años por el ataque explosivo contra la sede de la Liga de Villorba, en la provincia de Treviso, del 12 de agosto del 2018, llega el traslado de Alfredo Cospito en el 41 bis y llega, en casación, siempre contra Alfredo y contra Anna Beniamino, la recalificación de «masacre contra la seguridad pública» en «masacre contra la seguridad del Estado» de una de las acusaciones (inherente al doble ataque explosivo contra el Cuartel de aprendices de Carabinieri de Fossano, en la provincia de Cuneo, del 2 de junio del 2006) por el cual ya han sido condenados, en primer grado y en apelación, en el juicio Scripta Manent. Si le preguntáis a alguno en la calle qué es una masacre seguramente te responderá el asesinato de muchas personas. En realidad no es así, en Italia puedes ser condenado por masacre también en ausencia de muertos o heridos.
El artículo 285 del código penal es el más grave en absoluto del código penal italiano. Deberían ser grabadas en piedra, para eterna infamia, las palabras de un pasaje de las motivaciones del Tribunal de Casación en la sentencia del pasado 6 de julio. A los defensores, que objetaron que el artículo 285 ni siquiera ha sido utilizado para las matanzas de la mafia y para las matanzas de los fascistas (aquellas de verdad), el tribunal responde que «en aquellas sedes las contestaciones se referían a hechos en los cuales, en presencia de víctimas humanas, la distinción dogmática entre masacre común y masacre política pierde de significado» (página 63). O sea, cuando hay muertos no es importante aplicar el artículo 285, la cadena perpetua viene de todos modos, pero con los anarquistas, por un delito menos cruento, necesariamente deben ser castigados con el delito más grave. De lo contrario, ¿cómo llegamos a la cadena perpetua?
Un pasaje que no sólo condena a la infamia perpetua y embarra para la historia el nombre de quien lo ha escrito –Luciano Imperiali, presidente de la corte– sino que es indicativo de lo que estaba madurando: enormes componentes del Estado, en todos los niveles, desde el ministro de justicia hasta los vértices del supremo órgano judiciario italiano, estaban «conspirando» para obtener la masacre política del anarquismo. Esta ha sido la presuntuosa apuesta del Estado italiano. Muchos son los personajes que se han puesto en juego, que han ensuciado su propio honor burgués para lograr el resultado.

El paso más largo que la pierna: la mayor movilización de todos los tiempos contra el 41 bis

Permaneciendo en la metáfora bélica. El Estado intenta un empuje en profundidad, una aceleración represiva como hace tiempo que no se veía. Quiere una cabeza de puente donde hacer afluir nuevas tropas y luego expandirse. Como en cualquier guerra, un empuje en profundidad presenta enormes peligros: en particular, la dificultad de defender la posición avanzada que ha sido conquistada. Una masacre sin muertos no es fácil de defender. Una cadena perpetua sin muertes no es fácil de justificar. Así como no es fácil explicar por qué el 41 bis, nacido para luchar contra los mafiosos, luego extendido en el silencio general a los compañeros de las Brigadas Rojas para la construcción del Partido Comunista Combatiente arrestados en el 2003, ahora venga empleado también para los anarquistas.
El Estado no sabe defender esta posición. Y la cosa increíble es que no lo hace. No se defiende, no se explica. En dos meses de huelga de hambre ni un solo editorialista, ni un solo intelectual, ha «puesto la cara» para escribir un artículo, hacer una entrevista, involucrarse para decir que sí, es justo que un anarquista detenido venga trasladado en el 41 bis y se quede de por vida. Se apresuran a matar a Alfredo y no lo motivan públicamente. Juegan al azar, pero no tienen las cartas. Esta conducta continúa, de hecho, a lo largo de los dos primeros meses de la huelga de hambre, hasta la publicación (como se ha dicho, el 19 de diciembre) de la ordenanza del tribunal de vigilancia de Roma en la audiencia del 1 de diciembre sobre el recurso contra el traslado en el 41 bis, cuando en algunos diarios aparecen «tímidamente» los primeros titulares que, a duras penas, tratan de sustentar la disposición. Pero es muy poca cosa.
El anarquismo es verdaderamente algo maravilloso y siempre nos presenta grandes confirmaciones. Nunca como en el caso de Alfredo Cospito acción individual y acción de masas aparecen entrelazadas, indistinguibles; porque es un individuo, Alfredo, en primer lugar, a hacer la diferencia. Alfredo ha decidido que una vida sin ningún contacto, una vida sin un diálogo con sus compañeros, no es digna de ser vivida. En la Fenomenología del Espíritu Hegel describe una imaginaria lucha por la vida y por la muerte entre dos individuos. Uno de los dos teme a la muerte y se somete al otro, así nace la civilización. El siervo elige la vida y renuncia a la libertad. Alfredo ha demostrado no ser un siervo, está demostrando que no quiere vivir en la civilización de los siervos y, sobre todo, que la libertad vale más que su propia vida.
El 20 de octubre, el compañero entra en huelga de hambre. La ocasión es una audiencia en el tribunal de vigilancia de Sassari con respecto al secuestro de la correspondencia. Su declaración no la hemos leído, quizás no la leamos nunca, secuestrada como todo aquello que viene del 41 bis. Quien está encerrado en el 41 bis no tiene derecho a hablar, ni una palabra suya debe salir de esos muros. Ni siquiera aquellas que podrían haber sido las últimas palabras de su vida, ni siquiera la declaración donde anuncia una huelga de hambre hasta la muerte.
Esta enésima pieza en el manto de aislamiento impuesto por el Estado se convierte para este último en un primer punto débil. Es en este frangente que se empieza a escribir, a traducir en múltiples idiomas, que en Italia hay un compañero anarquista en huelga de hambre hasta la muerte, pero que el Estado le impide explicar sus motivaciones. Incluso en el exterior se empieza a concebir, todavía vagamente, qué clase de infierno es el 41 bis.
Las noticias de la televisiones occidentales nos martillean todos los días con los crímenes cometidos por las dictaduras a ellos enemigas. Nos hablan del infame de Putin, pero luego encontramos a los opositores políticos de Putin tuiteando desde la prisión. Nos hablan de las condenas a muerte de los manifestantes en Irán, y en el hacerlo tocan nuestras emociones con sus últimas palabras. Ahora en el mundo se viene a saber que en Italia hay un condenado a muerte al cual le han quitado hasta la última palabra.
La infamia del 41 bis – las 22h de aislamiento al día, la socialidad máximo de cuatro personas, la hora de visita al mes con mampara de cristal, la censura de la correspondencia, los periódicos que llegan con los artículos prohibidos recortados, las ventanas oscurecidas, los paseos donde no llega la luz, la prohibición de tener fotos, dibujos, libros, se convierte de dominio público. En el momento en que los gobiernos nos piden cada vez mayores sacrificios en su guerra perpetua contra los tiranos enemigos, empieza a ser indefendible el hecho de que en Italia los revolucionarios vengan encerrados en el 41 bis.
El Estado italiano se ha metido en un buen problema. Una sombra como nunca antes se había visto se acumula y se extiende sobre el cuerpo de la antimafia –y en consecuencia, sobre su estructura de dirección, la Dirección Nacional Antimafia y Antiterrorismo (DNAA), responsable directa del traslado del compañero en el 41 bis y órgano de coordinación para las más recientes operaciones represivas contra los anarquistas–, hasta el pasado 20 de octubre una institución heroica e intocable para la mayoría, mientras que hoy en las paredes de muchas ciudades italianas está escrito en letras grandes que «la antimafia tortura» o que es necesario «cerrar el 41 bis». Mientras tanto, los verdugos siguen cerrados en el silencio. Como si esperaran salirse con la suya, matar a Alfredo en el silencio general.

Una movilización radical. Los reformistas se quedan en la cola

No debemos subestimar la radicalidad de lo que está sucediendo, porque esta es un hecho sin precedentes, al menos para nuestra generación. La huelga de hambre de Alfredo contra el 41 bis y la cadena perpetua no es, por poner un ejemplo histórico, comparable a la huelga de hambre que realizaron algunos disociados en los años ‘80 del siglo pasado contra el artículo 90 del sistema penitenciario (antecesor del 41 bis). Cospito no es un disociado, no se ha reformado, mientras ha podido ha continuado y perseverado a escribir desde la cárcel artículos, contribuciones e intervenciones, sosteniendo siempre la trascendencia de la acción revolucionaria contra el Estado y el capital. Este aspecto hace de por sí radical cuanto está sucediendo: la mayor movilización de la historia contra el 41 bis tiene como «punta de empuje» un compañero anarquista revolucionario que está poniendo en riesgo su propia existencia, contribuyendo enormemente a reforzar el sentido y la perspectiva de una solidaridad revolucionaria internacional.
El apoyo a Alfredo Cospito ha tomado cuerpo, al menos en gran parte de la movilización, no como una denuncia genérica del 41 bis en cuanto régimen carcelario de aniquilamiento psico-físico, sino como apoyo hacia la lucha de un compañero con una connotación revolucionaria bien precisa. Por supuesto, no todos comparten o abordan con gusto la completa historia de Alfredo, pero es evidente que esta misma historia existe. Es un hecho, claro e ineludible. Mientras, en cambio –y esto no representa o de todas formas no debería representar un problema para cuantos, en nuestro movimiento, tienen visiones diferentes– muchos otros pueden afirmar, como hemos hecho también nosotros, compartir con Alfredo de forma profunda y radical de los principios del anarquismo, de respetar sin peros su historia, de apoyar las razones y el valor de las prácticas por las cuales ha sido imputado y condenado o que ha reivindicado (como en el caso de las lesiones del ingeniero Adinolfi, responsable de la catástrofe nuclear).
Esta evidencia inherente a la naturaleza de la movilización ha comportado que por primera vez, por cuanto reguarda a nuestra generación, estemos asistiendo a una situación en la cual los reformistas, los garantistas, los demócratas, cuando los hay, se quedan en la cola. Es un hecho tan inédito para nuestros ojos por lo cual nos encontramos ante la necesidad de tener que desarrollar herramientas político-culturales adecuadas. En la relación con movimientos antagonistas o instancias de crítica social a determinadas realizaciones del poder, siempre hemos estado acostumbrados a ser –consentidme la simplificación– el «área más dura» dentro de las luchas, muchas veces aquellos alejados por los líderes, o aspirantes a tales, y por los servicios de orden, cuando no estamos propiamente fuera, a veces despreciando estas mismas luchas por su connotación reformista o del todo recuperable. Adversos a toda lógica frentista, nos encontramos a apoyar una lucha en la cual no existe un frente común destinado a agregar entidades con una concepción radicalmente diferente del conflicto y de las tareas de los revolucionarios: como se ha mencionado anteriormente, las «componentes» no revolucionarias atentas a la lucha en curso se encuentran, por fuerza de las circunstancias, obligadas a seguir los acontecimientos, tal vez reservándose el derecho a resoplar por las «truculencias» de los anarquistas, pero sin poder esencialmente hacer nada más. Del mismo modo, irremediablemente reacios a cualquier ajuste a la baja en el terreno del método, nos encontramos en una dimensión en la cual el motor propulsor está representado por la radicalidad del anarquismo revolucionario: por lo tanto, aquella de los compañeros en huelga de hambre y de las acciones en solidaridad.
Dicho esto, una iniciativa reformista-democrática de hecho ha habido, con la posición adoptada sobre la situación de Alfredo por parte de algunos importantes intelectuales: Luigi Manconi, coleccionista de trayectorias políticas (ex Lotta Continua, ex Verdi, ex Partido Demócratico); Frank Cimini, reportero de crónicas judiciarias; el filósofo Massimo Cacciari y la filósofa Donatella di Cesare; los Wu Ming, brillantes escritores exponentes del mundo de la desobediencia civil; el dibujante comprometido Zerocalcare. No nos interesa especialmente el discurso mediático, pero seguir la historia de estos dos meses a través de la prensa burguesa puede resultar útil en este caso cual inteligible de retorno para demostrar cómo los reformistas esta vez han estado a la cola de la movilización.
Cuando Alfredo, y posteriormente los demás compañeros –primero Juan Sorroche e Iván Alocco el 25 y 27 de octubre, luego Anna Beniamino el 7 de noviembre– han iniciado y se han embarcado en la huelga de hambre, la «potencia de fuego» de la prensa democrática-reformista estaba relegada a revistas especializadas y muy pequeña tirada. Cuando los anarquistas (ya antes del inicio de la huelga, en solidaridad con Alfredo encerrado en el 41 bis) han empezado a aguar la fiesta a los demócratas y a los falsos críticos en su kermés, tras comenzar la huelga se empiezan a realizar manifestaciones espontáneas, a ocupar Amnistía Internacional y las grúas, a tapizar las ciudades de escritas murales, a llevar a cabo las más dispares iniciativas solidarias, la prensa local ha tenido que hablar. Alrededor y después de la manifestación del 12 de noviembre en Roma con sus refriegas, los reformistas conquistan las páginas nacionales: Cacciari escribe un artículo en «La Stampa» y Manconi en «La Repubblica». Los directores de los principales diarios se plantean el problema editorial de explicar qué diablos está pasando, dado que sus lectores saben muy poco al respecto ya que hasta unos días antes había una censura absoluta sobre el tema. Y así sucesivamente, después de las acciones directas cada vez más destructivas.
El crecimiento de la campaña democrática se ha podido dar solo en las condiciones de crecimiento de la movilización radicalmente revolucionaria de los anarquistas y de los demás compañeros solidarios. Y, por supuesto, en la continuación de la huelga de hambre y por tanto en la dramatización de la condición de Alfredo, quien sin embargo –lo hemos recordado– es un compañero con una clara identidad, por lo tanto difícil de instrumentalizar en términos humanitarios.
Es bastante curioso cómo algunos de estos personajes –en particular Frank Cimini y Luigi Manconi– hayan comenzado a preocuparse cuando las acciones directas han comenzado a asumir ciertas proporciones, tanto desde el punto de vista de la destructividad en el terreno material como en el de la relevancia mediática asumida de algunos de ellos. No solo tomas de distancia, de las cuales no dudábamos,  sino que Frank Cimini incluso llegó a decir que «las manifestaciones externas de solidaridad corren el riesgo de alimentar la tesis de la peligrosidad social y ser contraproducentes como ya sucedió en el pasado con otros detenidos políticos», mientras que Manconi afirma querer «conocer ese genio de anarquista que ha considerado útil, para apoyar la huelga de hambre de Alfredo Cospito contra el 41 bis, realizar un atentado incendiario contra la primera consejera de la embajada italiana en Atenas» dado que esta acción habría «creado confusión e […] intimidado a alguno», por otro lado consintiendo «al titulista del periódico Il Giornale […] escribir que, desde el momento que Massimo Cacciari y yo hemos tratado el tema, Cospito habría «seducido los salones chic»». Molesto tras el ataque incendiario contra los vehículos de Susanna Schlein, el pobre Manconi también nos ilumina al informarnos que «sólo una concepción políticista y burocrática, en esencia autoritaria, de la lucha política puede explicar la acción de Atenas» . En otras palabras, los reformistas, dando a la realidad una lectura completamente auto-centrada, confunden el efecto con la causa y no ven cómo, si alguna vez tuvieron voz en este asunto, esta se debe exclusivamente a la movilización emprendida por los anarquistas, no lo contrario.

La balanza del Estado

Cuanto dicho conduce pero, paradójicamente, al resultado dramático de estos días. Dado que este intento de irrumpir ha sido un error para el Estado, dado que una camarilla de «manettari»[1] ha hecho precipitar al País al interno de estas sacudidas, ahora que estamos dentro de la tormenta, los aparatos institucionales más profundos en estos días probablemente estén metiendo en el plato de la balanza dos alternativas: ¿nos hacemos menos mal si lo matamos o si lo salvamos?
Para el Estado, desclasificar a Alfredo significaría dar un paso atrás de gran valor. De hecho, no se trata de un error específico, de aquello que la gente bien pensante llamaría un error judicial. Si comparamos el Estado con un organismo viviente, hemos visto meterse a funcionar, de forma organizada y hasta orgánica, numerosas estructuras. Una cadena «proteica» que va desde el anterior gobierno de Unidad Nacional con sus ministros más autorizados (en el caso de Marta Cartabia muchas veces se ha hablado de una posible primera mujer a la presidencia de la república), pasa de una estructura autosuficiente e incuestionable como la antimafia, involucra a los jueces de la casación, desciende hasta las oficinas de numerosas procuras italianas (Turín para el juicio Scripta Manent, por tanto la acusación de masacre, Perugia y Milán por las investigaciones contra la propaganda anarquista, en particular contra el periódico anarquista «Vetriolo», hasta la acusación-insinuación de «inspirar» u «orientar» las acciones, etc.).
Además, este paso atrás se daría sin ninguna garantía. Los anarquistas no prometen nada al Estado, nunca lo han hecho, no pueden hacerlo por su propia naturaleza y en cuanto no tienen una estructura política unitaria. Sobretodo, no lo quieren hacer. El Estado italiano perdería la batalla sin ningún premio de consolación. La misma cadena perpetua para Alfredo y Anna es hoy más difícil de conseguir, tras la decisión del 5 de diciembre del tribunal de Turín de recurrir al Tribunal Constitucional, por considerar de dudosa legitimidad estar obligados (como pretende la Casación) a dar una cadena perpetua en ausencia de víctimas.
Por último, el Estado dispone de estructuras de autosuficiencia, de verdaderos y propios «búnkers» inmunes a todo lo que sucede en el exterior. Ni siquiera Silvio Berlusconi, cuando era primer ministro, logró detener a los magistrados que lo querían condenar. ¿Cómo puede hacerlo Alfredo Cospito? El tribunal de vigilancia de Roma, encargado de confirmar los procedimientos de detención en el 41 bis, es un órgano que en su historia siempre los ha confirmado todos. Son personas pagadas para rechazar los recursos de los abogados de los reclusos en el 41 bis. Nunca dan pasos hacia atrás, son una fábrica de rechazos y se han confirmado tales también en esta ocasión. Revueltas y llamamientos en los diarios, atentados y tomas de posiciones de los políticos, no escuchan a nadie.
Aun así el Estado, considerando matar a Alfredo, elige jugar a los dados con el Diablo. No se sabe a dónde lo llevará la partida. La esperanza que mueve a los exponentes de la línea dura es que Alfredo pueda detenerse en el último momento o que, matándolo, se puedan reunir numerosas pruebas contra quien se esta movilizando para efectuar una ola de detenciones y (ilusionarse con) concluir la partida con los anarquistas. Matar a uno para detener a cien.
Se trata de una apuesta arriesgada porque esta viene completamente jugada estando sentados en el lado equivocado. Es cierto que no es suficiente tener razón para alcanzar el éxito; es mas, el hecho de que en el planeta Tierra domine la injusticia indica si acaso lo contrario. Sin embargo, cuanto ya dicho –la naturaleza vejatoria e inhumana del 41 bis, la masacre sin víctimas, la cadena perpetua sin muertes, la inauguración del 41 bis para los anarquistas– es tan difícil de justificar que el Estado no tendrá una partida fácil en el avanzar hacia la masacre de Alfredo y de todos nosotros. A estas alturas el asunto Cospito es de pública opinión, todos los telediarios han hablado varios días y seguirán hablando. Mientras, lo repetimos, no hay un solo lacayo de las procuras –ni un Saviano, ni un Travaglio, ni un funcionario del gobierno– que ponga la cara para explicar por qué es justa la condena a muerte de un anarquista preso.

Señales de cansancio del frente burgués

El 19 de diciembre llega entonces el rechazo por parte del tribunal de Roma, que se había reunido el 1 de diciembre sobre el recurso contra la disposición de traslado en el 41 bis. Casi tres semanas para decir que no, que Alfredo debe morir. Por la noche, el noticiero de la cadena de televisión LA7 emite un largo reportaje de cuatro minutos sobre la historia. Al final del cual toma la palabra el propio director, Enrico Mentana, para decir cosas muy chungas.
Antes de reportarlas, una premisa sobre el rol editorial de LA7 y sobre la figura de Mentana. Nacida con la ambición de convertirse en el tercer polo televisivo, LA7 en sus 15 años de vida ha intentado presentarse como una alternativa tanto de las televisiones propiedad de la familia Berlusconi como de la televisión de Estado, la RAI. Con la adquisición del editor Urbano Cairo, LA7 pasa a formar parte de un gran bloque editorial que controla también aquel que desde siempre ha sido el periódico más autorizado de la burguesía italiana, el «Corriere della Sera». El bloque LA7-Corriere representa, por lo tanto, la voz del patrón; un patrón equilibrado, centrista, moderado y bien pensante.
En este cuadro juega un rol importante el director de los informativos. El propio Mentana presenta las noticias de las 20:00 y lo hace a través de aquello que muchas veces aparece como una fastidiosa presentación comentada de los hechos. Después de algunos servicios, se toma unos cuantos segundos para sus comentarios no solicitados. Mentana juega a representar esa parte que en las tragedias griegas era ocupada por el coro: la opinión pública que empatiza o estigmatiza los hechos del héroe. ¿Y qué dice Mentana esta vez?

«Es una cuestión muy, muy espinosa. Al observador que, como en mi caso, quizás no tenga todos los datos a mano, parece que no haya proporción en el pedir la prisión más dura posible a quien no han matado ni herido, a quien ha realizado delitos que no son comparables a los de Totò Riina y similares, este no es el caso. Además, el interés de todos es no crear un caso tan espinoso que también provoque estas reacciones. Pero hay una cuestión de justicia, ya lo sabíamos, y no se descubre hoy».

La voz de la burguesía, por boca del corifeo Enrico Mentana, dice al menos dos cosas de mucho peso. La primera, de carácter humanitario: no hay proporción entre los anarquistas y la mafia, entre Alfredo Cospito y Totò Riina, el 41 bis para Cospito es desproporcionado. Se trata de una afirmación obvia, objetiva, banal. Confirma el hecho de que el Estado está haciendo una apuesta sentado en el lado equivocado. Hasta los directores de los telediarios lo afirman y, ni siquiera esta vez, alguien que dé un paso al frente para argumentar lo contrario ante la opinión pública. Lo van a matar y no defienden su propia decisión. Lo van a matar y todavía intentan hacerlo en silencio, están completamente «locos» y no ven que el silencio ya se ha roto. Están callados, se meten los tapones en los oídos, y dan otra vuelta al garrote.
La segunda afirmación, sin embargo, es francamente clamorosa: «Además, el interés de todos es no crear un caso tan espinoso que también provoque estas reacciones.». El comentario hace referencia a las acciones directas que se han producido en los últimos días, acciones de las cuales acababa de hablar el reportaje emitido. La burguesía italiana, con esta brevísima afirmación, está diciendo algo de mucho peso: nosotros estamos cansados. La burguesía no comprende por que razón los aparatos de seguridad los han metido en este lío. Ya tenemos que hacer con la guerra, con la crisis, con la energía cara, ¿por qué diablos habéis desencadenado a los anarquistas, además con repercusiones a nivel internacional? Después, ¿por qué a partir de una posición tan débil de defender?
Finalmente, el pinchazo a los responsables de este desastre: en Italia hay un problema de magistratura y no es algo que se descubra hoy.
En Italia, a partir del 1992, se ha establecido de hecho un bloque de poder indiscutible. Si fuéramos demócratas sinceros preocupados por el destino del país, lo definiríamos «un bloque de poder subversivo». La lógica de la antimafia es una lógica del todo indiferente al mundo y a sus presiones. Y lo es de manera constitutiva. En la paranoia de la mafia, nadie puede detener a la antimafia. Si el ordenamiento hubiera previsto, por ejemplo, que un ministro, el parlamento, una comisión pudieran parar a la antimafia, el pensamiento paranoico podría haber dicho: ¿quién nos garantiza que ese ministro, que ese parlamento, que esa comisión no está en las manos de la propia mafia?
Hoy la burguesía italiana está pagando el precio de la fibrilación provocada por el movimiento de solidaridad con la huelga de hambre emprendida por Alfredo Cospito. La antimafia, como cualquier institución, independientemente de su retórica de autosuficiencia, se basa en el apoyo popular. Su búnker político-militar se ha construido en aquel apoyo. Hoy la vida de Alfredo pasa también a través de la denuncia de las responsabilidades de la antimafia. Ese apoyo debe y puede ser puesto en cuestión. Quien quiere matar a Alfredo debe saber que al hacerlo están esparciendo una pincelada de mierda sobre los bigotes de Falcone y Borsellino.
En conclusión, una componente del Estado ha pretendido condenar a los compañeros Anna Beniamino y Alfredo Cospito apuntando a condenas que podrían llegar a la cadena perpetua y ha querido trasladar a Alfredo al 41 bis para que esto sirviera, en términos de disuasión, como una advertencia contra el movimiento anarquista. De igual forma, esa misma componente del Estado pretende hoy asesinar a Alfredo como extrema prueba de fuerza. Pero esta en realidad es una prueba de debilidad. Frente a la determinación de Alfredo y a la movilización solidaria, el organismo complejo Estado-capital no resulta nada cohesionado, dado que en él existen evidentemente impulsos contrapuestos, de las contradicciones injertadas propias en esta misma historia de la huelga de hambre. Están en el lado del culpable y no son capaces de justificar públicamente el asesinato que han premeditado. La cabeza de puente que el Estado ha intentado construir trasladando por primera vez a un anarquista al 41 bis es frágil. Los suministros son difíciles. Han querido ir demasiado lejos y ahora no tienen el coraje de retirarse.
Como ha escrito el compañero Ivan Alocco, iniciando una nueva huelga de hambre el 22 de diciembre al lado de Alfredo y en solidaridad con los compañeros encarcelados: «Ya sea mediante la tortura psicológica del aislamiento (una forma de muerte social e intelectual) o mediante la tortura física de un muerte lenta, aquello que quieren es aniquilar a uno de sus enemigos. Pero Alfredo no está solo. Nunca lo estará. Su coraje frente a la feroz represión destructiva de la represión hace aumentar nuestra determinación». Debemos continuar, continuar, continuar. Alfredo sigue todavía vivo. Hoy como ayer, no conseguirán extinguir el pensamiento y las prácticas antiautoritarias, a romper la tensión revolucionaria.

Emmeffe
Efferre

24 de diciembre del 2022

Nota:
[1] Le manette son las esposas, los manettari son «los de las esposas» . Resumiendo bastante, en Italia están los de la soga (al cuello) en italiano llamada forca y los de las esposas, o sea, los forcaioli y los manettari.

Fuente: fuoridallariserva.noblogs.org

[Traducción ligeramente revisada por lucharcontrael41bis ]