Los anarquistas y la lucha contra la prisión – Constantino Cavalleri, noviembre 2022

LOS ANARQUISTAS Y LA LUCHA CONTRA LA PRISIÓN

MOTIVOS PARA UNA SERIA REFLEXIÓN

Los anarquistas, como tales, solo pueden estar EN CONTRA DE LA PRISIÓN, en contra de cualquier tipo de prisión institucionalizada. Dicho de otro modo, la institucionalización de un lugar dentro de lo social, pero al mismo tiempo separado de él, es lo contrario de los fundamentos mismos del anarquismo, ya que el anarquismo es la negación de toda autoridad, del imperio del hombre sobre sus semejantes.

Sin embargo, el anarquismo no es en absoluto garantía que en todo lugar y en todo tiempo no se produzcan fricciones entre individuos o grupos de individuos, fricciones de distinta naturaleza y origen, que también desencadenen momentos de conflicto que desemboquen incluso en guerras de supremacía entre facciones, y que puedan determinar fases violentas que traspasen los límites de la esfera interna de los contendientes, llegando a envolver a todo el cuerpo social en una inestabilidad tal que lo lacere tanto como para decretar su desaparición por autodestrucción.

No se trata de una hipótesis fantasiosa, hasta el punto de que incluso suponiendo se revolucione la existencia, según la tensión anarquista, es decir, suponiendo la destrucción revolucionaria del presente histórico y la realización de una sociedad sin poder centralizado, teniendo debidamente en cuenta los miles de años en los que la dominación del Estado ha conformado las mentes según su necesidad de perpetuarse. Aquí se usa más en ese sentido se usa más perpetuarse -amalgamando a las personas a sus mecanismos de producción y reproducción-, no es en absoluto imposible que en respuesta a ofensas «sentidas» o reales, o a reclamos de imposición de voluntades e intereses, también se recurra en un futuro inmediato, por parte de individuos o grupos de individuos, a medios, métodos e instrumentos que se consideren útiles para evitar o enmendar las ofensas, y para evitar verse avasallados por la voluntad de otros. Excluir a priori la existencia de tal realidad es sencillamente absurdo, al menos por parte de los anarquistas y de las anarquistas.

Y para mantenerse dentro de ese marco posible, es necesario también reflexionar sobre cualquier otra ocasión en la que surja, incluso en una hipotética sociedad carente de poder centralizado y de «normas universales», la arrogancia, los instintos más bestiales de hombres desgarrados por milenios de servidumbre y coacción, la brutalidad de unos individuos sobre otros: violencia contra infancias, atrocidades hacia las mujeres, brutalidad sobre los indefensos o los minusválidos, etcétera.

En todos estos casos, no podemos eludir el problema simplemente descartándolo, o recurriendo a la supuesta emergencia espontánea de las almas buenas y a la esencia social de las personas.

Por supuesto, observando, no es que con el advenimiento de la sociedad «anarquista», desprovista de poder centralizado y, por tanto, de instituciones de cualquier tipo, desaparezca como por arte de magia el «deber» -si se me permite la expresión- de los anarquistas y las anarquistas. La anarquía, la autodeterminación de los individuos y de la comunidad, no es una conquista definitiva, dada de una vez por todas con la destrucción del Estado imperante (y del capitalismo en sus diversas facetas, con el que se constituye este sistema imperante); es, en efecto, un primer paso, aunque fundamental, pero este no puede en absoluto concluir la incesante tensión anarquista de revalorar cotidianamente las relaciones sociales y las dinámicas que atraviesan el cuerpo colectivo, de manera que en cualquier instante que se manifieste un resurgimiento de los poderes del imperio sea inmediatamente sofocado.

El anarquismo es una tensión permanente, por tanto, hoy como mañana vela para que no surjan ni se cristalicen en instituciones (comportamientos más o menos generalizados) actitudes y dinámicas que coaccionen, impidan e impongan voluntades contrarias a individuos o a grupos de personas.

En este caso, nos referimos a instituciones coercitivas; manicomios, prisiones y similares. De modo que son ajenas al anarquismo, tanto ahora, por el dominio que les da ser integrantes irrenunciables del Capital-Estado, como en cualquier futuro posible.

Asimismo, en el pasado se ha discutido acaloradamente, también hoy en día en algunos círculos, sobre el secuestro con fines de extorsión. Algunos afirman que «los anarquistas y las anarquistas no secuestran pues ellos mismos están en contra de toda forma de encarcelamiento, así que no pueden mantener cautiva a ninguna persona contra su voluntad, porque eso significaría dar vida a una forma de prisión; lo que estaría muy lejos de los fundamentos del propio anarquismo«. Tal vez no sea pura casualidad que discusiones, como la que se menciona, hayan surgido en el contexto de la atención especial que prestan instituciones de poder en detrimento de los anarquistas y las anarquistas. Aquí se menciona simplemente para subrayar lo mucho que los compañeros intentan profundizar en ciertos temas, pero también para señalar que a menudo quedamos a mitad del camino, sin llegar al fondo en las discusiones que se abordan, ni de las prácticas consecuentes.

Ciertamente existe una parte verdadera en tal razonamiento-posicionamiento, pero al mismo tiempo es cierto que se sitúa por encima de la realidad objetiva, pues unicamente una abstracción a-histórica resulta siempre igual. Tanto es así que, en realidad, los anarquistas han llevado a cabo secuestros no solo por reivindicaciones explícitamente «políticas», sino también con fines de extorsión, es decir, para obtener dinero a cambio de la liberación del rehén.

¿Qué diferencia hay entre el secuestro por extorsión llevado a cabo por anarquistas y el secuestro llevado a cabo por proletarios? Nada, si se tiene en cuenta que ambos pretenden «cobrar» el chantaje (que puede ser, además de la suma de dinero, incluso la exigencia de la liberación de compañeros encarcelados, o la anulación de una condena a muerte). Tampoco hay diferencia si observamos la retención temporal de la persona secuestrada, que en ambos casos se refiere al tiempo estrictamente necesario para garantizar su seguridad, además del tiempo necesario para asegurar que la negociación y el rescate se lleven a cabo.

(Ojo, no estoy diciendo en absoluto que el secuestro sea la mejor forma de hacer que los camaradas, o incluso los simples proletarios, recuperen al menos parte de lo que les ha sido arrebatado por el sistema de explotación, opresión y miseria imperante, o lo que necesitan como energía indispensable en la lucha diaria contra dicho sistema. Esto lo deciden los individuos).

Sin embargo, yo destacaría una diferencia sustancial y decisiva entre lo que son las «cárceles» para secuestros con fines políticos o para extorsiones con dinero, y la cárcel que utiliza el Estado-Capital para mantener e imponer su orden. En el primer caso, no puede hablarse en absoluto de instituciones, sino de ocasiones totalmente extemporáneas consideradas apropiadas para resolver alguna necesidad impuesta por el estado actual de las cosas. La penitenciaría, la cárcel del Estado-Capital es, en cambio, una institución entre otras que, en su conjunto, constituyen y monopolizan el ejercicio del poder del imperio, cuya función es estable en el tiempo y cuya finalidad es privar de libertad a todos (o mejor dicho, a casi todos) los que han quebrantado el orden impuesto por quienes detentan en exclusiva el poder de mando.

La afirmación de que «los anarquistas y las anarquistas» no podrían mantener a gente secuestrada («encarcelada») porque esto sería renegar de los preceptos del anarquismo, cuando se evalúa a la luz de la auténtica realidad social y de las condiciones en que estos hechos tienen lugar, pierde su carácter irrefutable, demostrando ser absolutamente relativa.

Esto, que a primera vista puede parecer una digresión, es en cambio una introducción indispensable para abordar mejor el tema del anarquismo-reclusión, y precisamente para mostrar cómo y por qué los anarquistas quieren la destrucción de todas las formas de institución penitenciaria, no aceptando que nadie sea destinado a ellas.

En efecto, el debate y la lucha llevados a cabo por los anarquistas tras la aplicación del reglamento penitenciario 41 bis, y el consiguiente traslado a la penitenciaría de Sassari (Bancali), del compañero Alfredo Cospito, ya en la cárcel desde hace unos diez años por dejar incapacitado a uno de los corresponsables italianos de la industria nuclear (una de las más florecientes), y que desde el 20 de octubre está en huelga de hambre hasta morir, contra la existencia misma de ese artículo y de la cadena perpetua.

De hecho, el mismo 41 bis pone a compañeros y compañeras frente a bastantes problemas de otro orden, que obviamente reflexionan sobre las modalidades de la lucha solidaria con Alfredo y los/las compañeros/as que a su vez han iniciado la huelga de hambre para fortalecer su lucha.

LOS ANARQUISTAS Y LA LUCHA CONTRA EL 41 BIS

El régimen penitenciario previsto en el artículo 41 bis del Reglamento Penitenciario (R.P.) prevé toda una serie de restricciones que, junto al aislamiento prácticamente total del preso, persiguen su aniquilación psico-física; en definitiva, se trata de una tortura infligida hasta el último aliento.

Originalmente impuesta a los condenados por delitos de la mafia, se extendió gradualmente a los presos condenados por otros delitos, sobre todo el secuestro y el llamado terrorismo.

Ahora, Alfredo Cospito está en huelga de hambre decidido a ganar la batalla o dejarse morir, por lo que todos somos conscientes de la urgencia de una intervención capaz de ejercer, con el tiempo suficiente, una fuerza capaz de imponerse al Estado. El asunto así planteado ofrece aparentemente dos posibilidades:

1. Personalizar en cierto modo la lucha contra el 41bis, es decir, hacer frente de inmediato al desafío lanzado por el Estado con las herramientas de que disponemos, solos o junto con aquellas otras fuerzas que también se están movilizando de inmediato para apoyar la lucha contra el 41bis, también impuesto desde hace unos diez años a otros revolucionarios encarcelados; en otras palabras, pretendemos sacar de inmediato a los revolucionarios sometidos a este régimen carcelario de aniquilación;
2. Movilizarse inmediatamente para una amplia campaña contra la prisión en general y la detención especial en particular.

En el primer caso, me parece poco realista esperar que se consiga en poco tiempo una fuerza suficiente para obligar al Estado a dar marcha atrás en sus decisiones; y, por otra parte, ni siquiera se puede esperar que todas esas fuerzas «progresistas» que no se han sentido movilizadas desde el principio porque no se las ha tenido en cuenta, apoyen en poco tiempo la lucha emprendida, aunque sea a su manera.

La segunda posibilidad, a primera vista, parece requerir más tiempo, y una estrategia de movilización con grandes contratiempos desde el principio. Precisamente porque se trata también de oponerse a la aplicación de un artículo del Reglamento Penitenciario que fue creado para el castigo «extraordinario» de los delitos de la mafia, incluyendo actos infames y terribles. Varios compañeros señalan con razón que, por esto mismo, incluso el sector social que podría simpatizar con nuestra campaña se mantendría bien alejado (sin desear apoyar de ninguna manera la suspensión de condenas para tales crímenes bestiales).

Sin embargo, para evaluar mejor las dos posibilidades, hay que tener en cuenta que si el «mundo penitenciario» -es decir, los presos, sus familias y amigos- no participa en ninguno de los dos casos, alcanzar cualquier objetivo será realmente imposible. Incluso si la movilización se extiende internacionalmente, como ya está ocurriendo.

Solo queda plantearse si ambas posibilidades pueden viajar juntas, sin excluirse mutuamente, sino integradas la una en la otra. Creo que esta es la única manera de tener una oportunidad real de ganar la batalla y salvar la vida de nuestro camarada. Por lo tanto:

Actuar inmediatamente para intentar implicar al conjunto de los presos, sus familias y amigos en una campaña contra la prisión como INSTITUCIÓN;
* Iniciar la campaña contra el trato inhumano en las cárceles, su tortura y el chantaje a todos los presos;
* Desenmascarar la farsa de la cárcel como cura de los «errores cometidos» y la reinserción de los presos en una sociedad que los genera a diario por decenas de miles;
* Movilizarse en todos los territorios donde hay prisiones para sensibilizar a las personas que van a las visitas para que la noticia de la movilización, etc., llegue al interior;
* Dejar claro que el anarquismo lucha por la destrucción de la prisión y de la institución social que la genera, pero al mismo tiempo dejar claro que es dentro de la propia institución social donde se crean las condiciones para resolver las indignidades, imposiciones y amedrentamientos de personas e individuos que no quieren someterse a las voluntades de otros.

Los anarquistas no queremos la institución carcelaria para nadie, ni para los autores de masacres, ni para los responsables de guerras y miseria generalizada, ni para los autores de las atrocidades más incalificables, mafiosos, políticos, industriales, financieros y demás: ¡con todos ellos, las cuentas se saldarán de otra manera!

Si no somos capaces de continuar NUESTRO discurso, con NUESTROS fundamentos, la batalla está perdida antes incluso de haber comenzado.

(Un precedente significativo de una lucha similar es sin duda la que se inició en 1999-2000 y duró unos años contra el régimen penitenciario FIES, dentro de los dominios del Estado español; de la documentación, que existe de forma masiva, pueden emerger las positividades pero también las carencias manifestadas por nuestro movimiento y su debilidad básica, fruto de un legado anclado en estructuras organizativas desfasadas por el devenir de los acontecimientos, e incapaces de hablar y relacionarse con las masas subalternas de ahora.)

En esta perspectiva, se supera el nudo debido al hecho de que la movilización no podría establecerse directamente contra el 41 bis, ya que ello supondría alejar de la lucha a quienes se «horrorizan» ante la idea de que incluso los mafiosos, «que merecen el régimen penitenciario más duro» por los horrendos crímenes que han cometido, se beneficien de ella.

Esto no significa, desde luego, meterse en el salón con el violador, el político de turno que intentará hacer de mediador, el mafioso que impone su orden corroborando así la del «Estado ausente», etc.

Debemos intentar poner en marcha una movilización general cuyo objetivo sea salvaguardar la vida de nuestro compañero y al mismo tiempo hacer campaña contra la institución carcelaria y el sistema que la genera, pero en la que las modalidades de nuestro proceder y comportamiento seamos capaces de explicarlas y gestionarlas en un contexto en el que estarán presentes fuerzas instrumentales de todo tipo.

Principios de noviembre de 2022.
Costantino Cavalleri

Fuente: corrispondenzeanarchiche,
traducido por «Oscuro es el deseo» (blackblog/fediverso)