A toda hora
Algunas reflexiones sobre los últimos meses de movilización
Ciertamente creo que, cuando los demás no nos educan, es la necesidad la que nos educa. Mirar la ciudad llena de rencor y odio contra nosotros: la ciudadanía aferrada, la Signoria siempre con los magistrados: sospechas de que nos tienden una trampa, y se aproximan nuevas fuerzas contra nuestras cabezas. Por tanto, debemos procurar mantener dos objetivos al reflexionar, dos fines: el uno, no ser castigados por las acciones de los próximos días, y el otro, que tengamos más libertad y podamos vivir con más satisfacción que en el pasado.
Nicolás Maquiavelo, Historias Florentinas
Escribimos estas reflexiones casi noventa días después del inicio de la huelga de hambre de Alfredo, días de lucha tanto como de rabia. Creemos que es importante escribir y confrontarnos con la movilización en curso, para seguir luchando con más lucidez y determinación, por eso leemos con interés a todo aquel que desee participar en el debate.
Reflexionamos sobre todo en el ámbito anarquista, pero creemos que si el debate (y la lucha) tuviera una mayor pluralidad sencillamente sería mejor. El razonamiento que aquí intentaremos hacer se refiere tanto a las movilizaciones de solidaridad con la lucha de Alfredo como a las de aquellos que, con mucha mente y mucho corazón, han realizado más acciones.
El Estado tiene problemas, mas no porque tema a la fuerza que los anarquistas son capaces de expresar ahora, sino más bien por la fuerza que podrían desencadenar o alimentar. Los anarquistas, hoy día, no son un peligro para el Estado, como tampoco lo fueron los atentados de los últimos cinco o seis años. Lo que creemos que es un peligro para el Estado, de lo que hay plena conciencia, no son tanto los anarquistas como lo que representan en perspectiva, y para nosotros es a esto a lo que debemos dirigir nuestra mirada.
En los últimos años, el entorno anárquico ha sido el único -o uno de los pocos- en preservar el ataque como práctica legítima, en identificar al Estado como un enemigo cotidiano con el que no hay que entenderse, y a la crítica revolucionaria como una ruptura constante. Por mucho que estas decisiones en sus particularidades hayan sido más o menos estratégicas, más o menos agradables, a la luz de los hechos han significado la preservación de una integridad revolucionaria, de una memoria conflictiva, por tanto de una fuerza. Por una parte, el ejercicio continuo de esa fuerza, representada por prácticas conflictivas, ha pesado ciertamente en el nivel de la reproducción numérica, de la incomprensión a los ojos extraños y del precio a pagar con la justicia. Por una parte, esto ha ocurrido, y hasta cierto punto ha sido posible, como consecuencia y en continuidad con una época en la que el conflicto social era cada vez menor, y muchos compañeros preferían la disolución de su propia identidad revolucionaria y, con ella, la creciente marginación de sus propias prácticas conflictivas. Pero, por otra parte, creemos que si la fuerza, de quienes han decidido conservarla, no representa hoy ninguna amenaza real en sí misma, por el contrario, en la posibilidad de la relación con una sociedad en ebullición, llena de cólera y frustraciones, podría estar el detonante que desencadene revueltas contra el poder y sus injusticias. Este es un primer punto: hasta la fecha, el Estado teme y ataca esta posibilidad, que no solo está representada por los anarquistas, sino que estos son una advertencia. Si bien es cierto que en los últimos tiempos se ha dirigido un cierto tipo de ataque represivo contra los anarquistas, también lo es que se dirige a un público más amplio, es decir, a todo aquel que quiera organizarse con rabia para armar la rebelión.
Esta posibilidad, por tanto, está representada por un componente que va más allá del ámbito anarquista, por un lado; por otro, están las frustraciones cotidianas que produce la sociedad y que afectan a dicha fuerza.
Creemos que hay al menos dos elementos de la sociedad con los que el Estado no quiere que los anarquistas, y los revolucionarios en general, entren en relación: un primer aspecto es una reactivación juvenil en las prácticas conflictivas, que se ha producido en los últimos años, aunque con baja intensidad. Un segundo aspecto es un posible fermento social impulsado por la frustración generada por el deterioro de las condiciones de vida.
Empezando por el primer aspecto, es interesante observar aquí algunos pasos que se han dado en los últimos cinco años. Esta reactivación juvenil se manifestó por primera vez incluso antes del confinamiento, cuando las calles fueron recorridas por un gran número de estudiantes de ambos sexos, algo que no se veía desde hacía mucho tiempo. Lo que más interesaba a este muy joven componente estudiantil eran los temas ecologistas y transfeministas. Con el tiempo hubo una evolución del fenómeno, dado el paréntesis decisivo de la cuarentena con sus implicaciones sociales, lo que resultó fue una reducción numérica de las movilizaciones, pero una radicalización de ciertas prácticas de lucha. Los liceos de la ciudad de Roma en 2021 se vieron atravesados por el movimiento «La Lupa», por okupaciones en muchos liceos e institutos de la capital. Algo similar sucedió por toda Italia: desde las manifestaciones tras la muerte de Lorenzo, un estudiante que participaba en un programa que alternaba escuela y trabajo (PTCO), hasta los enfrentamientos frente a Confindustria en Turín y el encarcelamiento de algunos de ellos. Ninguna identidad política fuerte, ni siquiera revolucionaria, ha conseguido representar estas pulsiones. Quizá los únicos que han conseguido asimilar algunas de estas «instancias» son los activistas de Ultima Generazione (con sus evoluciones) que continúan resistiendo y existiendo, e insisten en sus prácticas.
Si consideramos esto como una representación realista de los últimos cinco años, también tenemos que considerar que fue acompañado por al menos dos años de agitación social, aunque de baja intensidad en comparación con períodos más sólidos de movilizaciones pasadas. Además, los motines carcelarios (nunca tantas cárceles se habían rebelado con tanta intensidad al mismo tiempo), los primeros choques en las calles por cierres ocasionados por el Covid, las ya mencionadas protestas estudiantiles del año pasado y las, aún anteriores, contra el greenpass (pensamos a propósito de esto, con razón o sin ella, que prácticamente solo el ámbito libertario vio una potencial conflictividad en estos momentos. Creemos que no es un elemento irrelevante en el diseño represivo).
Es precisamente en este contexto social en el que, cuando creíamos haber encontrado una «salida» a la pandemia, apareció una guerra a las puertas de Europa. Si los efectos de la pandemia ya se han manifestado en parte, los de la guerra empiezan a hacerse sentir. Creemos que es a la luz de este contexto que podría crearse esa posibilidad, ese encuentro que el Estado nunca querría que se produjera. En el fondo es un intento de consolidar la prevención de la ira social, no reduciendo los motivos de frustración, sino atacando y excluyendo a quienes sabrían bien por dónde canalizar esa ira. Lo que el Estado, bajo la apariencia de la fiscalía, ha intentando hacer en el último periodo es, por tanto, terminar la partida con los anarquistas, sus consignas y sus prácticas, todo ello antes de que surjan estas dos posibilidades: un conflicto juvenil que se convierta en revolucionario y la rabia social impulsada por las necesidades materiales.
Mas el movimiento del Estado es doble y simultáneo. Aquí llegamos al segundo aspecto importante de este texto, pero sobre todo de esta movilización. La tentativa de marginar por completo y castigar ejemplarmente a lo que sigue siendo una minoría revolucionaria ha ido acompañado del intento por normalizar un instrumento excepcional: la utilización del 41 bis, creado para la emergencia de la masacre mafiosa, aplicado ahora a un anarquista, ante una posible nueva emergencia (esta vez de carácter social). La comprensión de este doble movimiento da un significado adicional a la lucha de Alfredo. Alfredo rechaza la normalización de este intento: “No Estado, no extiendas sobre nuestras vidas tu poder”. Esto no significa que la fiscalía no pueda volver a intentarlo, sino que este primer intento ha servido de antecedente. Alfredo reaccionó desplegando dos de las características que más han distinguido a los anarquistas: compañeras y compañeros obstinados y no asimilables.
Lo que siguió fue una movilización que, en nuestra opinión, no puede resumirse del todo a que los anarquistas estuvieron al frente y la parte reformista a la zaga, sobre todo si hacemos un análisis cualitativo. Hasta ahora, la relación entre las partes que componen estas diversas formas de accionar debe verse más como una relación dialéctica involuntaria.
Hagamos una pequeña premisa, superflua pero esclarecedora: la distinción entre anarquistas y reformistas creemos es reduccionista. No solo porque la minoría movilizada no se adscribe únicamente al entorno anarquista, sino sobre todo porque deja fuera a toda una serie de ánimos que no son puramente reformistas, en primer lugar: los abogados, solo por poner un ejemplo, no serán anarquistas, pero ¿quién ha dicho que son reformistas?
Aunque no hay duda que los compañeros anarquistas fueron los primeros que accionaron en solidaridad con Alfredo, si se mira con detenimiento, creemos puede verse que no han sido los únicos ni han sido determinantes. Más bien, los vemos como una parte del todo, un todo compuesto también de miserias y miserables. En este sentido, el pronunciamiento redactado por una veintena de abogados en algunas ciudades italianas fue una contribución importante, quizá decisiva, al conjunto de la movilización. No lo decimos como una observación meritoria, es que para nosotros algunos aspectos tuvieron ese valor, el pronunciamiento en cuestión fue un referente. Incluso algunos «intelectuales» tomaron la palabra casi de inmediato, guste o no lo que dicen, guste o no la dudosa dignidad representan.
Dicho esto, la relación entre las distintas partes la hemos definido como dialéctica e involuntaria. La carta inicial de los abogados planteó la cuestión creando cierta legitimidad, las acciones en las calles daban un sentido político que no anteponía la posibilidad de la lucha sobre la mera opinión, las palabras de un Manconi o un Cacciari daban sentido a las acciones, distinto de la criminalización recibida de parte del mainstream, y así sucesivamente (las iniciativas en Sapienza, las pancartas en grúas torre, y los/las compañeros/as sobre los techos). Cuando a los autores de romper un escaparate se les intentó calificar como «vándalos contrarios al 41bis», esta última palabra ahora remitía a un imaginario distinto del habitual: un anarquista que no ha cometido delitos de sangre tratado como un jefe mafioso. ¿Significaba esto que esas acciones estaban legitimadas o aceptadas? Ciertamente no, pero sin duda adquirieron un significado diferente. En vista de ello, establecer prioridades es difícil, aunque posible, pero también innecesario. Lo que nos parece importante comprender es: a) la importancia de la lucha de Alfredo; b) la necesidad de la contribución de cada parte de ese todo. Debemos señalar que no todas las contribuciones a esta lucha han adoptado una perspectiva adecuada, que para nosotros es la revolucionaria, aunque también creemos que deben ser consideradas por su valor real y el papel que han desempeñado.
A lo largo de los años hemos asistido al triste espectáculo de páginas y páginas de «excelentes» razones que justifican la inactividad propia. Por fortuna, esta vez, quizá prevalezca la modestia e incluso la inteligencia, aunque en esta ocasión muchos se han quedado en la puerta, expresando una solidaridad que más bien huele a pésame.
En los últimos seis o siete años se perdió la costumbre de luchar, de mantener la confrontación, de defenderse de la estigmatización, sin duda esto contribuye a dificultar la participación. Por otro lado, Cospito, que en la distinción entre «buenos y malos» difundida por la retórica democrático-liberal, representaría al «malo» por excelencia. Aquí nuestro papel, como compañeras y compañeros, es señalar que esa distinción no existe, que es una estrategia de la fiscalía para romper el conflicto social. Lo reiteramos para los más sordos: oprimidos y opresores, es la única distinción que reconocemos. No obstante, si para muchos sinceros demócratas Alfredo sigue siendo un maleante… que se queden con su sinceridad, para nosotros Alfredo sigue siendo un compañero que lucha.
El hecho evidente es que de todo esto ha surgido una movilización; se ha abierto una grieta en la sociedad, aunque sea pequeña.
Como todas las movilizaciones, esta también se alimenta y se reproduce en su pluralidad (que esperamos vuelva a multiplicarse). No solo eso, otro aspecto que ha impulsado la movilización es sin duda la fuerza de las razones. Que Alfredo Cospito está injustamente en el 41 bis es un hecho compartido por todos, no hay choque de interpretaciones. Nadie, o casi nadie, defiende su clasificación al régimen 41 bis, salvo por la respuesta del Tribunal de Vigilancia. La corrección moral del caso es muy clara, su determinación en la práctica desarma, y la monstruosidad de la maquinaria estatal parece igualmente clara. Tanto por la aplicación de la medida en sí, como por el mecanismo que la puso en marcha: cínico, irresponsable, imposible de detener. Lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal ha salido a la luz para que todos lo vean. La movilización avanza dentro del conflicto entre la razón de Estado y un estado de razón que está claro para todos menos para la feroz maquinaria estatal. Partiendo de esta condición de razón absoluta (o casi absoluta), cuánto terreno o cuánta legitimidad política podemos ganar depende de la inteligencia que seamos capaces de aportar.
Por un lado, el Estado intenta terminar la partida con los anarquistas. El 41 bis para Alfredo y la condena a 28 años a Juan son quizá la mayor expresión de ello. En nuestra opinión, esto sucede por dos razones principales: la primera es ciertamente lo que intentamos expresar al principio del texto, a saber, el miedo a los anarquistas por su potencia de mandar un mensaje a todas aquellas gotas individuales que en situación de fermento social podrían alimentar una tormenta, gracias también a ese ejercicio de preservación de la memoria conflictiva. La segunda razón es la debilidad del movimiento revolucionario en Italia: si se ahoga, desde luego, el Estado no le echará la mano para sacarle a flote. Aprovechará la oportunidad para intentar eliminarle definitivamente; un problema menos. El hecho de padecer de aislamiento, y por tanto un distanciamiento del resto de la sociedad, es quizá el principal elemento de debilidad que lo ha caracterizado los últimos años, que sin embargo se ha roto, aunque sea en pequeña medida, a raíz de estos últimos meses.
Por otra parte, los intentos de tomar las calles han sido más o menos torpes, aunque todos necesarios, una parte del todo. Creemos que la inteligencia colectiva, las capacidades de conflicto, no es algo que deba conservarse para el «momento indicado» (¡atención!) no se pueden congelar o descongelar a voluntad. Son capacidades que hay que cultivar y ejercitar constantemente para no perder la confianza, ni la memoria. Antes, la contraparte debería hacer las paces, de todos modos no acabará todo en pocos días. Los indecisos, en cambio, evitan la web. Cada quien como crea, cada quien como pueda, mientras sea explícito. Es necesario que la frustración dé paso a la esperanza y que la esperanza se convierta en impaciencia.
Aquí llegamos a una posible reflexión final sobre las perspectivas de esta movilización. Si Alfredo muere, ¿habremos perdido? ¿Ganar significa salvar su vida? ¿La derrota está en la muerte y en el fracaso de la lucha contra el 41bis y la cadena perpetua? Podríamos responder a esta pregunta con un lindo quizá, pero incluso en este caso una mirada tan dualista corre el riesgo de ser miope. La muerte es un aspecto de la vida que un revolucionario debe tomar en cuenta. No se sabe si entre nosotros habrá sucedido, pero parece que Alfredo sí lo ha hecho, y esto debe entenderse y respetarse. Observamos dos luchas que ocurren simultáneamente: la primera es la de Alfredo contra el Estado, la segunda es la nuestra contra el poder. Más allá de la retórica, en la primera va ganando Alfredo. Si no se tiene esa visión cristiana de que la vida es algo sagrado, políticamente el Estado está en evidente contradicción, nadie puede salir en su defensa. El Estado quería e insiste en doblegar a un prisionero, legitimar aún más el instrumento excepcional del 41 bis, y Cospito no lo permite, lo rechaza. Más bien, Alfredo entrega su vida, esta vez toda, para dar a conocer al mundo dos aberraciones represivas en este país, abriendo así una grieta. Ahí es donde debemos estar, dentro de la lucha en tensión con la posibilidad revolucionaria. No se trata solo de salvar a Alfredo, sino de dar sentido y continuidad a la batalla por la que se juega la vida, de seguir ahondando la grieta. Si ganar significa abolir las dos aberraciones represivas, aprovechar esta oportunidad para avanzar por el camino revolucionario significa no perder. La lucha es importante como camino viable y posibilidad reconocida para cambiar las condiciones, al igual que la legitimación y reproducción de las minorías revolucionarias al interior de la sociedad. Tras años de represión, el Estado tiene problemas, está perdiendo terreno y tenemos la oportunidad de avanzar.
Por la abolición del 41 bis y de la cadena perpetua,
por la libertad de Alfredo.
Algunos compañeros y compañeras.
Roma, enero de 2023