«Para expresar tus pensamientos en la calle tienes que pedir permiso al comisario de policía»
Vincenzo Spagna, conocido como Enzo, agente de los Digos de Lecce.
Hay muchas razones para la contaminación que aflige al planeta, y entre ellas una poco tenida en consideración: la vida de muchxs individuxs que, por su esencia y su pensamiento, son en realidad consumidorxs abusivxs de oxígeno. Puede parecer una causa menor pero no lo es en absoluto si tenemos en cuenta que estas personas no son pocas y forman, por el contrario, legiones.
Entre ellas aparece por pleno derecho el agente Digos mencionado en exergo. ¿Qué otra cosa pensar de un ser que, con convicción, afirma tal pensamiento? ¿Y de ese otro que, desde el apogeo de su perspicacia investigadora, declara que a los anarquistas son reconocidos “por su vestimenta y actitud”? Escuchar ciertas declaraciones, hace eco a cierta nostalgia de la gimnasia del sábado por la mañana, obligatoria hace unas décadas, o simplemente la introyección del lema que destaca en la sede de la policía de Lecce, su lugar de trabajo: “Todo en el Estado, Nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
O tal vez no. Tal vez, con todo el debido respeto al clamor y aplausos recibidos por un ex comediante en el escenario de la canción italiana, en defensa del art. 21 de la Constitución sobre la libertad de pensamiento, en la mente del psicopolicía figura otro fundamento: el de la autoridad. Debe tratarse precisamente de eso, porque la autoridad encarna exactamente eso: la fuerza coercitiva que puede otorgar o revocar libertades, dependiendo de si son contrarias a los intereses y privilegios de la autoridad misma, y en todo caso esas libertades deben caer dentro del perímetro de las consentidas, nunca fuera. Libre para pensar, sí, pero en un recinto bien delimitado por códigos estatales, dentro de un rango bien definido y clasificado de pensamientos que unx puede tener. Se trata de la extensión de la prisión al cuerpo social, si es cierto que el vocablo latino “carcer” significa, precisamente, recinto. Más allá está la porra. “Acostúmbrate a ser controlado”, le dejaba claro el mismo Digossino a un compañero. Es evidente cómo la charla sobre la Constitución y el art. 21 son simples cortinas de humo.
Un compañero, Alfredo Cospito, se está dejando morir de hambre en la cárcel, la física de hormigón armado y rejas. Muchxs han expresado su solidaridad atacando, en las formas que cada unx ha elegido, los diversos ganglios de la sociedad-prisión y del Estado que lo tiene prisionero, con la esperanza de que esto afloje su control. Todo ello no ha sido suficiente y ahora en contra de su voluntad, el Estado quiere obligarlo a mantenerse con vida. He aquí lo que pronto será el objetivo del ataque que tendrá que ser rediseñado; seguir haciéndolo también para tratar de obligar al Estado a dejar morir a Alfredo, respetando su voluntad, su elección llevada a cabo con extrema determinación. Es trágico y brutal de escribir, pero también es una batalla por la libertad, para que el Estado no siga apretando e imponiendo pedir permiso además de para expresar libremente los pensamientos y para vivir, también para morir.
Para que no se clave otra estaca que cierre la empalizada alrededor de la Libertad.