Quiero tratar de hacer unas valoraciones acerca de la movilización en solidaridad con Alfredo Cospito que se ha producido el último año.
Aclaro que tengo clara la diferencia entre quien ha organizado una movilización desde los contenidos anarquistas, concentrándose en la figura de Alfredo Cospito y por tanto en su lucha, y quien en cambio ha hablado de 41bis de manera más general.
Estos últimos están lejos de mi concepto de lucha y se acercan, si no coinciden, con una visión de lucha Política en el sentido más movimentista y clásico del término.
Aprovechando la atención mediática que ha generado esta movilización, han tratado de recrear ese movimiento social formado por los actores más dispares de la política de izquierda, que por fortuna hace tiempo que estaba muerto y enterrado.
Pero ya se sabe, los chacales se alimentan de cadáveres.
Digo esto porque al principio el interés hacia la lucha de Alfredo venía solo de algunos sujetos, unidos en su mayoría a una componente anarquista.
Después de meses en los que la cuestión del 41bis era ya de dominio público habiendo pasado a ser un tema que implicaba intelectuales, periodistas y opinólogos varios, se vio como diversas realidades antagonistas comenzaban a tomar palabra y espacio en esta movilización.
En mi opinión, ha sido una mera operación política para intentar recrear una unidad en el movimiento, huérfano de un tema fuerte en torno al que crear una movilización, como en el pasado pudo ser la reforma escolar (movimiento de la ola).
Por otra parte, leo este interés a posteriori como una jugada astuta para subirse al tren antes de que fuera demasiado tarde.
Con la implicación de estos actores sociales en el asunto del 41bis, se produjo una reformulación más digerible para la opinión pública de la propia movilización, que ha sido una lucha por y, me gustaría subrayar, con Alfredo.
Cuando se extiende un discurso a personas que no hablan tu mismo idioma, es decir, que no comparten una perspectiva similar, a menudo se tiende a cambiar el lenguaje y con él el contenido del propio discurso.
Si en una asamblea pública se incluyen realidades políticas reformistas, por ejemplo “Napoli Monitor”, no puedo esperar sino una lectura del presente a través de su óptica, y y por tanto lejanas a una crítica radical de lo existente. De hecho, son los mismos sujetos que proponen la abolición de la cárcel en lugar de su destrucción.
Por fortuna, la lucha de Alfredo y su pensamiento no son fácilmente recuperables, y los intentos de suavizar el alcance destructivo de su discurso han sido infructuosos.
Tranquilos, pronto habrá un nuevo tema, como el antifascismo antimeloniano, la lucha por la vivienda o alguna acampada de estudiantes aburridos sobre la que extender vuestros tentáculos para daros espacios de agibilidad o de poder, como se prefiera.
No puedo ocultar mi repulsa hacia esos sujetos políticos que hasta antes de ayer escupían sobre Afredo, tachándolo de vanguardista, mitómano o cosas peores. Sólo para poner los puntos sobre las íes…
Sólo quiero poner la atención sobre algunos pasajes que demuestran lo que he dicho antes sobre el intento de hacer más presentable la imagen de la movilización de Alfredo Cospito.
Ejemplo de ello son los elogios a abogados, periodistas, ilustradores e intelectuales varios que se han empeñado en poner en evidencia las contradicciones del 41bis.
O las asambleas ciudadanas en las que se reúne lo peor del movimiento, de los “desobedientes” a los sindicatos, para representar el espectáculo retórico y expectante que son las asambleas “de movimiento”. Hijas de una práctica de desconflictualización tan preciada por las estructuras de poder de izquierdas, que inundan las calles con palabras y eslóganes como para crear ese ficticio sentimiento de participación que da la impresión que realmente se está haciendo algo. Pero pasar horas escuchando intervenciones previamente preparadas por diversos capataces “de movimiento” para luego llegar a conclusiones a las que ya se había llegado en un principio, no es sino gestión del conflicto y control de la rabia.
Esto, en mi opinión, no es más que un intento de vaciar de contenido las reivindicaciones revolucionarias, o en cualquier caso de confrontación, que han incendiado los últimos meses. Es tarea de los compañeros mostrar cómo su lucha es eficaz a través de la práctica y el contenido radical que hay en ella.
Ciertamente no puedo negar el compromiso que han demostrado los abogados durante estos meses, pero también quiero recordar que los abogados no son compañeros porque forman parte del sistema judicial.
Al escribir estas líneas me veo obligado a precisar algunos términos que a mi entender se alejan de la definición generalmente aceptada.
Me explico mejor: creo que el término “movilización” puede asumir distintos significados en función de como encaje en el proyecto anárquico de cada uno, y, me atrevería a decir, de vida.
Creo que el término movilización se puede definir como un interés común y momentáneo hacia una determinada cuestión, por la que dedicar los propios esfuerzos y hacia la cual enfocar y desarrollar una lucha.
Sin embargo, si el propio marco en el que se desarrolla, el de la parcialidad, determina su duración y su perspectiva, entonces creo que puede considerarse como una visión militante de la lucha.
Personalmente tengo serias dificultades a ver mi vida como una sucesión de luchas más o menos duraderas y parciales, porque pienso que es una visión esclerotizante que genera una separación entre vida “normal” y vida anarquista.
Creo que esta idea de lucha es muy cercana a una concepción más clásica de activismo político, vinculada a comportamientos bastante esquemáticos y repetitivos, como la sucesión de llamamientos públicos, asambleas y concentraciones, que en mi opinión son una forma de testimonio y no de lucha.
Con frecuencia la lucha no es más que una reacción a condiciones represivas, a endurecimientos penales, a proyectos de destrucción de la tierra o a condiciones sociales concretas de una u otra categoría (trabajadores, estudiantes, parados, etc.).
Por tanto, de por sí, nace una posición de defensa, lejana de una visión conflictiva y radical del anarquismo.
Lo ejemplifican a la perfección las instancias antirepresivas o anticarcelarias, que actúan sobre el síntoma y no sobre la causa, una visión parcial y segmentada de la explotación.
Para destruir las cárceles es necesario destruir la sociedad y no viceversa.
No quiero emitir un juicio tout court (absoluto) sobre quienes participan en este tipo de movilizaciones, simplemente las atribuyo a una concepción de la lucha como militancia, que por tanto puede ser específica y limitada a un momento de la vida de cada uno.
Personalmente el concepto de lucha me corresponde en la medida en que veo mi ser anárquico como una condición de permanente hostilidad hacia este mundo, y por tanto la lucha como un modo de expresar esta hostilidad.
Entonces luchar se vuelve una condición casi ontológica de mi anarquismo, posicionándome en continua antítesis a este mundo, ciertamente sin olvidar que formo parte de él, pero es precisamente esta última constatación la que me permite poner de manifiesto las contradicciones y explotaciones que crean y sostienen el propio sistema.
Si bien hacía tiempo que pensaba escribir lo que han sido mis impresiones durante estos meses, las contribuciones que han aparecido online hace meses me han dado la motivación adecuada.
Normalmente me suelo preguntar por qué y a quién me dirijo, valorando así si mis palabras pueden servir para reflexionar o pueden resultar una provocación estéril.
En ambos casos, considero necesario señalar los hechos y criticar las observaciones que, en mi opinión, mistifican la realidad.
Empezaría por el inicio del texto “Uno dei mille…” que habla de criminalización de las luchas: veo muy problemático este punto porque tiende a un discurso victimizador.
Para mí no hay que descartar el concepto de criminalidad o identificarlo como menos noble que una lucha política. Puedo reivindicar por completo la identidad criminal desde el momento que esta es creada por la dicotomía legal/ilegal, lícito/ilícito, y siempre estaré de lado de quien infringe la ley.
No pretendo hacer apología del delincuente ya que tengo clara la diferencia en finalidad y ética que caracteriza un revolucionario/anarquista respecto a una persona que abandona la legalidad por otros motivos.
Repito que no quiero caer en un discurso mitificador de la delincuencia como hacen ciertos ambientes políticos, ver a los “apelistas” locales, porque creo que hay una diferencia entre el robo y la expropiación, igual que entre la violencia callejera y la revolucionaria.
Estoy más que convencido que un contexto de ilegalidad generalizada favorece la adquisición de conocimientos y el restablecimiento de prácticas perdidas hace tiempo por los anarquistas.
Además, clamar por la criminalización de la lucha parecería casi una demanda de reconocimiento democrático del mérito político propio, lo mismo se aplica a las quejas sobre la instigación.
Si en mi discurso, y por lo tanto en mi praxis salgo de la legalidad, invitando a la destrucción del estado, de la sociedad y por consiguiente de la justicia misma, ¿por qué debería desconcertarme cuando el inquisidor de turno pone sobre la mesa una investigación por instigación?
Si ensalzo la destrucción del estado, ¿por qué debería sorprenderme cuando el estado muestra su poder contra mí?
Tal vez porque se hace una distinción entre palabras y acción, pero este es precisamente el problema que, en mi opinión, se propaga por el movimiento anarquista: la incongruencia entre las palabras y los hechos.
Pero vayamos más allá…
También en el texto se hace una lectura positiva de los episodios callejeros que se han producido el último año, o mejor dicho esa sucesión casi automática de concentraciones y pequeñas manifestaciones que en mi opinión han mostrado más debilidad que otra cosa.
No entiendo muy bien la intención de esta lectura, a parte de la autocelebración de darse palmaditas en la espalda para no hundirse en la decepción por los diversos errores cometidos.
Creo que es correcto crear una narrativa positiva sobre las acciones propias, pero por honestidad intelectual debería hacerse con situaciones que han sido realmente positivas.
Otra crítica que me apetece hacer a esta movilización, estrechamente ligada a la crítica de la autocelebración, es la de haber llevado a cabo ese abanico de acciones.
Nunca he sido partidario de la idea de que cada uno tiene que hacer lo suyo y que en consecuencia todo irá bien: esto se debe a que existen prácticas conflictivas y efectivas que pueden crear rupturas en la cotidianidad del poder, y otras que simulan actos de revuelta.
Me refiero a un anarquismo de acción y vindicador que hace de la violencia revolucionaria su propia arma, que cree en la destrucción de la propiedad privada y en la búsqueda directa de los responsables de carne y hueso de la explotación del planeta.
Cuando hablo de eficacia me refiero a toda esa serie de acciones que conducen tanto a un ataque efectivo al estado y patrones, como a una propagación de la conflictividad.
Por ejemplo si una acción realizada a miles de kilómetros de distancia no solo tiene el efecto destructivo material, sino también el de inspirar y poner el foco sobre un objetivo, entonces lo veo eficaz.
Si una acción demuestra que a pesar de los mil intentos de sepultar la idea anarquista y con ella a los anarquistas, todavía a quien logra atacar al estado, demostrando que es factible, entonces la considero eficaz.
Para mi la eficacia de las acciones que se han desarrollado durante la movilización van más allá del espacio y tiempo de la propia movilización en la medida en la que el bagaje de experiencias de quien se ha reencontrado en la calle y de quien se ha acercado a prácticas radicales permanece y perdura también en el futuro, o al menos espero.
Mi perspectiva nunca ha sido la de la victoria, ya sea la liberación del compañero en cuestión o su desclasificación del 41bis. El hecho de pensar que lo que estaba ocurriendo también era un modo de retomar el discurso y la práctica de la acción destructiva me ha ayudado a salir de la lógica de rendimiento del resultado.
Por eso me atrevo a hacer una distinción entre prácticas que han sido eficaces y no en este contexto, partiendo siempre de un objetivo, puede que no compartido por todos: el de intensificar el conflicto contra el estado.
No desdeño las prácticas menos radicales, ¿quién no ha repartido panfletos alguna vez, ha pegado carteles o hecho unas pintadas?
No lo niego, pero le doy la importancia que merece y lo veo como uno de los muchos elementos que han llevado a mi crecimiento personal gracias a habilidades adquiridas y a una mayor conciencia. La conciencia de que el estado y el capital no se combaten a golpe de manifestaciones comunicativas o concentraciones delante de los edificios del poder, sino que el terror y la devastación que vuestros señores propagan por todo el globo debería volverse en su contra sin compromisos de ningún tipo, y añadiría yo, sin demasiados moralismos.
Además he tenido que hacer grandes esfuerzos para no considerar estúpida la idea de presentarse continuamente donde y cuando se lo esperan, sabiendo que la contraparte está militarmente preparada para dominar a un grupúsculo de individuos encerrados en alguna callejuela del centro.
Tampoco creo tener que explicar que la imprevisibilidad y el anonimato, también en situaciones colectivas, como en la calle, son mucho más eficaces que las manifestaciones nacionales anunciadas.
Ciertamente viendo desde fuera todas las concentraciones y manifestaciones bloqueadas y cargadas por la policía sin que se diera una respuesta adecuada, han resultado ser una muestra de debilidad y de poca credibilidad.
La misma credibilidad que han demostrado algunos charlatanes, volviendo al concepto de que idea y acción a menudo divagan.
Si no se consigue resistir en la calle no hay problema, pero al menos se practique el arte de la humildad y de la autocrítica.
Volviendo a la cuestión del abanico, quiero añadir que el punto que me deja más perplejo es el concebir la desestabilización del estado mediante las más variopintas acciones como una praxis anarquista
No me gustaría que fuera un intento de limar diferencias metodológicas y de pensamiento fruto de una interpretación tautológica del propio anarquismo.
En todo caso, se trataría de no creer que se está en posesión de la verdad.
Obviamente estoy convencido que el enfrentamiento directo con la autoridad, al margen de las lógicas de representación, es el único instrumento para atacar al sistema pero no critico por ello a quien, por diversos motivos, elige formas más suaves.
Basta con ser coherentes e intelectualmente honestos, y no vender pan por focaccia.
Otra cosa es quien, en cambio, crea un enfrentamiento hecho de imaginarios no realizados.
Se tiende a abandonar una idea de conflicto callejero por verse incapaces de determinar esa situación concreta cuando quizás habría que cambiar los métodos, incluso a costa de perder números.
Con demasiada frecuencia nos quedamos atascados en una visión devaluadora y claudicante de las capacidades y la fuerza del movimiento anarquista, porque adscribimos nuestra acción a una visión de masas, en la que la minoría, aunque se rebele, no sería eficaz si no inscribe en un panorama más amplio y colectivo.
Aunque los momentos de insurrección colectiva son deseables y necesarios, corren el riesgo de dar lugar a frustración y muestras de debilidad en el caso que no se produzcan, se enfrenten a dificultades para llevarse a cabo o se conviertan en el único horizonte imaginable.
Lo colectivo no es más que un conjunto de individuos cuya acción, a veces, puede ser más disruptiva y eficaz que mil concentraciones y manifestaciones.
No quiero dar lugar aquí a dicotomías entre momentos colectivos y pulsiones individuales, creo que estos pueden coexistir si están unidos por un discurso radical de rechazo del compromiso y la delegación.
Creo que el sentimiento de frustración e impotencia no se deba tanto a una ausencia de perspectivas revolucionarias o insurreccionales, como piensan algunos portadores de la palabra anarquista (lo siento, pero a veces me parece estar tratando con comunistas disfrazados de anarquistas) sino más bien a una percepción de impotencia individual. Creo que esto también se debe a la lectura de una acción como ineficaz si no se sitúa dentro de una movilización más amplia y variada, una parte del todo, como si el llamado movimiento no estuviera dividido en compartimentos estancos, como si el propio individuo no estuviera atravesado por diferentes tensiones y, por tanto, no adscribible a un único método de acción.
Semejante lectura del movimiento conduce a la diferenciación entre buenos y malos, o peor, corre el riesgo de crear especialistas de la acción nocturna y especialistas de la comunicación. Activando en la práctica un mecanismo de delegación.
Me gustaría concluir con unas consideraciones positivas sobre esta movilización.
Un punto sobre el que quiero centrarme es el internacionalismo que ha asumido un papel fundamental sobre todo en lo que respecta a las acciones, redescubriendo un método, el de la comunicación a través de reivindicaciones, que considero fundamental para la eficacia de una campaña de ataque.
No digo nada nuevo, durante años este método, repropuesto por algunos compañeros informales, ha demostrado su eficacia.
Entiendo los temores de nombrar ciertas vías de lucha, pero al César lo que es del César.
Durante la movilización en solidaridad con Alfredo Cospito se han lanzado campañas contra embajadas italianas por todo el mundo y contra la propia economía italiana. A estas llamadas le siguieron acciones en las que se golpeaban figuran institucionales y bienes privados de diversa índole. Palabras que acompañan acciones, esta es la fuerza del anarquismo de acción.
No creo que me equivoque si digo que estas han sido las acciones de mayor importancia tanto a nivel mediático como a la hora de dar fuerza y entusiasmo a los/las anarquistas de acción en diversos territorios.
Vuelvo a decir que estoy convencido de que la eficacia de la acción puede verse amplificada por el recurso de las campañas dirigidas a centrar la atención en los mismos o en objetivos similares, no tanto por razones “estratégico-militares” o políticas, sino por su concreción real
De hecho, al hablar de estrategia hay que tener cuidado de no entrar en el terreno de la estrategia militar, hecha de exigentes preparativos atléticos o métodos especialmente complicados.
No porque creo en las pequeñas acciones reproducibles, sino más bien porque se corre el riesgo de crear guetos y perder a muchos posibles cómplices al descartarlos a priori. A menudo nos atascamos en los preparativos de acciones demasiado complicadas; encuentro más interesante buscar métodos simples pero eficaces, también en el arte del fuego y las explosiones. De hecho creo que es más interesante y útil saber apañarse con lo que se tiene o se puede conseguir con facilidad en lugar de cursar un máster en química.
El último periodo ha demostrado que todavía hay muchas personas dispuestas a poner en riesgo su libertad por la loca idea de la anarquía. Esa misma que considera que la acción directa sigue siendo una vía posible y justa, superando el sentimiento de impotencia que invade a muchos en la actualidad.
Concluyo diciendo que la conflictividad anarquista requiere de continuidad y precisión, así que adelante, que el terreno siempre es fértil para quien siembra revuelta.