«Ya no entiendo nada, tengo la impresión que el mundo entero se ha vuelto loco, paso horas y horas recostado en el catre, las manos detrás de la nuca, mirando fijamente la claraboya, la luz de la bombilla me hace daño a los ojos, no sé lo que daría por una ducha y, a veces, como una punzada dolorosa, vuelve el pensamiento de la masacre, de la horrenda acusación que me han echado encima… Me llevaron y ahora estoy aquí mirando la tenue luz que la claraboya amarillenta y corroída por el tiempo y la intemperie deja pasar a mi celda… esa bombilla encendida en el lateral parece un ojo que me mira día y noche, es una pesadilla y al mismo tiempo una verdad de mis días, es el “1984” de Orwel que se convierte en mi vida cotidiana…
Pienso que, por contraste, cuando se demuestre mi inocencia y esté fuera, libre, ya no soportaré las bombillas y los tubos de neón y otros símbolos monstruosos de un mundo deshumanizador, me bastará con la luz de una vela»
Pietro Valpreda, 21 dicembre 1969, desde su celda de aislamiento.
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Sin importarnos mucho llegar tarde a los aniversarios, traducimos estas palabras seleccionadas por compañeros sardos porque nos han resultado conmovedoras. Además aprovechamos para volver a destacar el texto que tradujimos y publicamos hace poco más de un año, también tarde respecto a los aniversarios de Plaza Fontana (12 diciembre) y del asesinato de Giuseppe Pinelli (15 diciembre), y que más tarde modificamos incluyendo alguna corrección a la traducción. Lo hacemos a través de otro extracto seleccionado siempre por compas anarquistas sardos.
«La masacre de Plaza Fontana no fue para los anarquistas, como afirman muchos historiadores, “la pérdida de la inocencia” sino el nacimiento de una nueva figura, un nuevo papel aceptado por miedo a la represión. Un papel impregnado de inocencia piadosa e instrumental. El anarquista víctima del sistema, el muchacho anarquista ingenuo que juega a la revolución superficialmente, que corre el riesgo de que se le acerquen infiltrados, fácil de instrumentalizar por el poder. Casi todos los anarquistas consciente o inconscientemente en aquellos años, con pocas excepciones, llevaron esa casaca. Después de Plaza Fontana hubo un torrente de contra-investigaciones legalistas y exculpatorias en las que la caricatura del anarquista dinamitero y sanguinario fue sustituida por la caricatura aún más demencial del anarquista víctima inerme y predestinada de la violencia estatal. Muchos, para vivir tranquilos o para sacar a los propios compañeros de prisión siguieron el juego, algunos fueron más lejos contribuyendo ellos mismos a esta nueva tendencia “investigadora” a través de contra-investigaciones otro tanto legalistas, caricaturizadas y lloronas.»
Extracto de “A los orígenes del victimismo”, Alfredo Cospito, 2015.