Una sola bandera negra habría bastado, y al final resultó que había más banderas de las necesarias.
Una corona de flores llevaba una pequeña inscripción: «Los anarquistas no te olvidarán».
Me pregunté si no habríamos olvidado a Pinelli, o lo que le habían hecho. La duda se mantuvo hasta el Cementerio Mayor.
Fosa 434, campo 76
Ahí no tuve más dudas. Y, junto a mí, los mil compañeros presentes no tuvieron más dudas.
Calabresi tenía que ser asesinado.
Adiós Lugano bella.
La venganza es una cuestión de dignidad. La grandeza del hecho no sólo debe ser proporcional a la muerte de Pinelli, y puede que ni siquiera a la misma masacre de los 15 muertos y los 90 heridos. Eso sería mera álgebra jurídica, quizás un poco más correcta que la que prevé el código. Y, en este sentido, no me interesaría.
La venganza es un exceso, en sí misma, no en el ataque que realiza. Por lo tanto, al ver la relación en la dirección opuesta, el asesinato de Calabresi, eso no fue una venganza proporcional, proporcional a los muertos de Plaza Fontana o a la muerte de Pinelli. Incluso viendo las cosas de este modo se vuelve a caer en el álgebra jurídica de antes.
La venganza es por lo tanto un exceso.
No ojo por ojo, diente por diente, que ya en la formulación bíblica constituía una racionalización de un comportamiento vengativo imprevisible anterior, por tanto un verdadero código, mientras que a la mayoría le parecía, erróneamente, una simple venganza.
El exceso que encierra la venganza barre el campo de toda relación de equivalencia, de toda proporcionalidad. No es venganza si no se desborda en la desmesura, la aniquilación bárbara del enemigo, su eliminación, o, por lo menos, el causarle un daño de tal magnitud que imposibilite el olvido.
Si la venganza fuese proporcional, sería el sistema social en su conjunto el que me la impondría, y así me vería encerrado en un código, aunque no esté escrito, pero siempre un código. El ambiente me obligaría a vengarme, siguiendo unas reglas, ya que en caso contrario me mirarían mal y seria considerado malo si no me vengase o si me vengase en exceso, provocando repercusiones dañinas para el propio ambiente. […]
Por eso sé quien ha matado al comisario Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, delante de su casa, en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.
Los mil, y más, compañeros presentes en la fosa 434, campo 76, del Cementerio Mayor de Milán, todos apretamos el gatillo.
Ningún perdón, ninguna piedad.
Adiós Lugano bella.
Alfredo M. Bonanno, Io so chi ha ucciso il commissario Luigi Calabresi