Intentaremos esbozar algunas de nuestras reflexiones y valoraciones en relación con algunas huelgas de hambre llevadas a cabo por diferentes experiencias revolucionarias –no sólo anarquistas– en cárceles de diferentes países. Solamente por necesidades/limitaciones en nuestra investigación documental, partimos de la premisa de que, en lo que se refiere a las huelgas de hambre llevadas a cabo por presos y presas anarquistas, nos hemos concentrado principalmente en las experiencias que han tenido lugar en las cárceles del Estado italiano.
Algunxs compas de la Cassa AntiRep delle Alpi Occidentali y del Arkiviu-Bibrioteka “Tomasu Serra” de Guasila (Cerdeña) han contribuido a esta documentación y a la elaboración de los datos recogidos.
En primer lugar, en la mayoría de las huelgas de hambre que hemos tomado en consideración, podemos observar una diferencia sustancial que caracteriza el planteamiento, el contenido y los objetivos de este instrumento de lucha según haya sido utilizado por movimientos no anarquistas o por individualidades/componentes del movimiento anarquista.
En el primer caso, y tomemos como ejemplo los movimientos de liberación nacional (irlandeses, vascos, kurdos, palestinos…), así como las organizaciones comunistas revolucionarias de varios países europeos (Alemania, Estado español, Francia, Turquía, Italia entre los años 70 y 80…), el uso de este instrumento por parte de los presos era principalmente una práctica con la que, en su condición de prisioneros, los revolucionarios querían contribuir a la lucha general llevada a cabo fuera de la cárcel por los movimientos y organizaciones de los que formaban parte. Incluso en el ámbito de las reivindicaciones específicas relativas a las condiciones de encarcelamiento, la característica principal es el fuerte vínculo exterior/interior que, con la huelga de hambre, los presos refuerzan “haciendo su parte”, complementaria de lo que hace el movimiento en el exterior.
La elección de la huelga de hambre, en casi todas las experiencias tomadas en consideración, es el resultado de la imposibilidad de utilizar otras formas de lucha (actos de insubordinación colectivos, revueltas…) bien porque estas no han alcanzado previamente los objetivos planteados o bien porque se han producido cambios decisivos en las condiciones de detención a las que se han visto sometidos los presos (reducción o supresión de los “espacios comunes” mediante el aislamiento, los malos tratos y la tortura sistemática…) que hacen inviables otras prácticas de lucha colectiva.
Frente a las condiciones extremas de trato implementadas por el Estado para doblegar mediante la tortura sistemática y el aislamiento absoluto a los revolucionarios que caen en sus garras, en diversos contextos geográficos han sido docenas, si no cientos, los presos cuya perspectiva ha sido literalmente morir torturados o aniquilados por regímenes especiales de privación psíquica y sensorial. Ante esta perspectiva, han optado por responder con huelgas de hambre hasta las últimas consecuencias, jugándose la vida (en muchos casos llegando incluso a perderla) desde una posición de lucha, antes que arriesgarse a la muerte o a la aniquilación impuesta y actuada por el enemigo.
Para “desarmar” las huelgas de hambre indefinidas llevadas conducidas más allá de los límites críticos de salud, el Estado reaccionó en muchos países (a partir de principios de los 80) con la tortura adicional de la alimentación forzada, que, por ejemplo en el caso de la larguísima huelga de los presos comunistas del GRAPO-PCE/r en España entre 1989 y 1990, fue abordada por los huelguistas como una fase más de la lucha en la que insistir en la huelga, a pesar del sufrimiento y los daños físicos que provocaría, para “desarmar” a su vez este aberrante tratamiento médico impuesto por el enemigo.
En cuanto a la historia del movimiento anarquista, es más difícil atribuir a la iniciativa emprendida por los presos la característica de contribución orgánica a una movilización o lucha global desarrollada con los componentes externos a la prisión. En general, aparte del caso de algunos presos anarquistas que han utilizado y utilizan la huelga de hambre como método específico para expresar su contenido y/o solidaridad con respecto a los movimientos de lucha existentes en el exterior (por ejemplo, Marco Camenisch entre los años ’90 y 2000 en Italia y Suiza, o Dimitris Chatzivasileiadis hoy en Grecia… ), la huelga de hambre “comienza” como una protesta autodeterminada de uno o varios reclusos por reivindicaciones específicas relacionadas con las condiciones de detención o con la situación judicial a la que se enfrentan. Esto no significa que no exista o no se busque una relación entre la huelga de hambre y las iniciativas y prácticas de solidaridad en el exterior, pero sí se observa en la mayoría de los casos una evidente sintonía o adhesión del movimiento exterior a la iniciativa promovida desde dentro.
En algunos casos se pueden encontrar excepciones a lo que acabamos de afirmar. Por ejemplo en la huelga de hambre llevada a cabo por Malatesta, Borghi y Quaglino durante su prolongada prisión preventiva en 1921 (aunque desencadenada por una situación judicial concreta vivida por los compañeros en cuestión) para que se iniciara su juicio, que formaba parte de la movilización que el movimiento llevó a cabo para que los poderes constituidos decidieran sobre su detención. Una opción, la de la huelga de hambre, que en este caso hay que relacionar con las problemáticas condiciones en las que se encontraban los movimientos sociales y revolucionarios debido a la represión estatal y al progresivo ascenso del fascismo tras el periodo de agitación insurreccional del “bienio rojo”.
La huelga de hambre emprendida por tres anarquistas en 1984 (en el contexto del proceso judicial contra el área libertaria armada de los años 70 en Italia) también inicia a partir de reivindicaciones específicas respecto a los acontecimientos del juicio al que fueron sometidos, aunque también puede incluirse en el contexto más amplio de dentro/fuera que denunciaba el ensañamiento contra los anarquistas bajo la lógica judicial de la “emergencia terrorista” e intentaba frenar el fenómeno del arrepentimiento y la disociación reivindicando la coherencia revolucionaria de los compas presos.
Al igual que la mayoría de las iniciativas de este tipo en las que periódicamente han participado los presos anarquistas en Italia durante las últimas décadas, los casos más recientes de huelgas de hambre llevadas a cabo por anarquistas en las cárceles estatales italianas tienen su origen en situaciones represivas específicas a las que se enfrentaban los compas que las han reralizado: la huelga de las compañeras contra las condiciones de detención particularmente restrictivas en la sección especial AS2 de L’Aquila en 2019 y la huelga de Alfredo Cospito entre 2022 y 2023, ambas iniciativas a las que se unieron otros y otras presos y presas anarquistas no solo en las cárceles del Estado italiano.
La larga huelga de Alfredo Cospito, sin embargo, expresó un carácter global mucho más significativo a partir de los contenidos que el compañero dio a su iniciativa, motivada no sólo por el objetivo de la anulación de su asignación al régimen penitenciario especial 41-bis, sino de la abolición de este régimen y de la pena del ergastolo ostativo (cadena perpetua sin posibilidad de beneficios o atenuantes del régimen de detención). Este planteamiento (y la mediatización que recibió el asunto, también por maniobras de confrontación política dentro de las instituciones) hizo que la movilización en solidaridad con la huelga implicara también a amplios sectores solidarios no sólo anarquistas, y al mismo tiempo fue capaz de “abrir los ojos” a muchos anarquistas –“desinteresados” por el tema del régimen del 41-bis hasta el momento en que, por primera vez, un anarquista tuvo que afrontarlo– sobre la necesidad de ampliar la propia crítica y oposición a ciertos dispositivos específicos que hasta entonces el Estado había destinado principalmente a otros sujetos a reprimir.
A día de hoy, no podemos dejar de constatar que, si a nivel judicial por ahora se ha evitado el ergastolo para Alfredo (el próximo 24 de abril habrá una nueva vista sobre el asunto), el compañero sigue en el 41-bis y la abolición de este régimen carcelario y de la pena del ergastolo ostativo siguen siendo objetivos que están lejos de haberse alcanzado. Además, con la interrupción de la huelga por parte de Alfredo, ha decaído la atención y la capacidad de movilización externa sobre los temas de la huelga que se había creado durante su iniciativa.
Nos parece justo no omitir una breve nota sobre las huelgas de hambre, o de “carrello” (comida proporcionada por la cárcel) o de economato (comida que pueden comprar los presos), llevadas a cabo por presos no caracterizados por una identidad política/ideológica. En Italia ha habido muchísimas a lo largo de las décadas, principalmente buscando como interlocutores externos/socios solidarios a asociaciones humanitarias o partidos/instituciones. A algunas de estas protestas también se sumaron compas anarquistas, principalmente para no “separarse” y no dejar de solidarizarse con el resto de presos durante la protesta (aunque sólo se compartieran en parte o para nada sus contenidos y/o reivindicaciones), al igual que no faltó el apoyo de componentes del movimiento anarquista y revolucionario desde fuera de la prisión a iniciativas de este tipo, promovidas principalmente pero no sólo, por reclusos condenados al ergastolo.
Desgraciadamente –debido también a una falta de activación de sensibilidades solidarias en el exterior no siempre y únicamente atribuible a una falta de interés de las últimas, sino también a que el recluso no dio o no logró dar la noticia de su iniciativa al exterior– desde 2017, cinco personas han muerto en las cárceles italianas a consecuencia de huelgas de hambre.
Concluimos este primer esbozo con unos apuntes aproximados respecto a las criticidades que hemos podido encontrar no solo en las relaciones dentro/fuera sino también en la propia práctica de la huelga de hambre.
– La huelga de hambre puede resultar una opción obligada cuando no se consideran viables otras formas de lucha colectiva, y esto puede ser extremadamente factible en un contexto penitenciario en el que la población, bien por las disposiciones establecidas por las autoridades penitenciarias como por las transformaciones sociales generales dentro y fuera de la cárcel, está dividida, atomizada y a menudo es incapaz de encontrar cohesión y objetivos comunes por los que luchar.
– En caso de huelga de hambre u otra iniciativa emprendida por la población reclusa, es esencial preparar la movilización exterior con tiempo suficiente para que pueda activarse al mismo tiempo que la huelga y razonar con antelación el desarrollo que, en términos de prácticas e iniciativas puestas en marcha, pueda adquirir la movilización exterior en función de las fases progresivas que caracterizarán la huelga (aumento de huelguistas, empeoramiento de sus condiciones de salud…).
– La huelga de hambre, como práctica no conflictiva en sí misma, puede ser capaz de activar sensibilidades humanitarias que pueden ir más allá de las esferas puramente militantes (izquierda institucional, asociaciones en defensa de los derechos humanos…). Por mucho que la activación de estas esferas pueda ofrecer espacios de negociación adicionales a los huelguistas, creemos que es muy importante prever la actitud y las relaciones que se mantendrán con estas esferas para que los componentes de solidaridad revolucionaria no rebajen sus prácticas y contenidos para alinearse completamente con las dinámicas puestas en marcha por los componentes no revolucionarios, y el aspecto humanitario no prevalezca sobre la identidad política y las reivindicaciones de los compas en huelga. Y esto no siempre resulta fácil.
– Puede ocurrir que la huelga de hambre sea vista como la única o la más eficaz forma de lucha en manos de los reclusos. Ciertamente, como hemos mencionado antes, ha sido y es adoptada por algunos compañeros anarquistas en Italia y en otros países como práctica individual de confrontación constante con el Estado (con huelgas de hambre periódicas y/o repetidas en el tiempo) y como medio para amplificar reivindicaciones o contenidos relacionados con el conjunto de las luchas externas.
Sin embargo, haciendo nuestras algunas consideraciones que un preso anarquista difundió a raíz de la movilización contra el régimen especial de detención F.I.E.S. en las prisiones del Estado español a finales de los 90 y principios de la década siguiente (movilización que se desarrolló también a través de una serie de huelgas de hambre individuales y colectivas), pensamos que es oportuno, al igual que se llama a hacer en las luchas en el exterior, cultivar una lucidez creativa que pueda ofrecer toda una serie de instrumentos de lucha en los que la huelga de hambre es una entre las posibles prácticas a llevar a cabo. Condiciones de detención, posibilidades de comunicación y puesta en común dentro de la población reclusa de los contenidos y la finalidad de una lucha, la coherencia entre las prácticas y los objetivos que se persiguen son los elementos que, en nuestra opinión, hay que tener en cuenta para elegir qué tipo de iniciativa emprender.