Intransigencia

Nada más repugnante que los verdugos cuando se muestran como lamentables defensores de la Justicia. Nada más hipócrita que las declaraciones contra la pena capital de los rectos representantes del Estado contra los regímenes dictatoriales que la utilizan para reprimir revueltas.

En Irán, el Estado tiene al menos la decencia de asumir la responsabilidad de la muerte de sus perseguidos, algo inconcebible para un Estado moderno, democrático y progresista, que dispone de medios mucho más retorcidos para deshacerse de ellos. Después de todo, ¿para qué molestarse en matar a los rebeldes que han caído en sus manos? Mejor enterrarlos vivos en un agujero de hormigón donde el tiempo y la posterior descomposición física y mental se encargarán del resto. Siempre que no se rehabiliten, claro, lo que significaría renunciar a su conciencia y volverse disociados e infames. ¿Cuántos, sólo en Italia, aunque con experiencias diferentes, se encuentran en las mismas condiciones? Que quede claro que esto no quita nada a la brutalidad perpetrada contra aquellos a los que se les arrebata la libertad y la dignidad, sea por un corto o largo período, dentro del aséptico perímetro de una cárcel, sufriendo torturas de todo tipo por parte de honrados paladines del orden, padres de familia e hijos de la patria.

Ahora bien, la iniquidad de la situación en la que se encuentra Alfredo es tal que incluso una serie de parásitos paranoicos (desde el garante de los detenidos hasta políticos de izquierdas y ‘periodistas honrados’), después de que su propia mierda empezara a filtrarse por las instalaciones sanitarias, sintieron la necesidad de interesarse por su difícil situación y opinar. Están consternados por esta «injusticia», señalando naturalmente el abismo ético que les diferencia del preso. Sus inquietudes sólo podrían provocar el más profundo desprecio, al menos por parte de Alfredo, que ya en el pasado se ha empeñado en reiterar lo que hace con cierta «solidaridad pelosa«. Sin embargo, cierto pietismo parece estar calando un poco, y así, bajo la sombra de un moralismo zalamero, puede recuperarse la claridad de un odio irrefrenable. Gracias a él, los políticos de todo tipo podrán decir, en un futuro próximo, «hicimos lo que pudimos», relegando el asunto a un caso común de «injusticia».

Por eso también, a costa de perder ‘popularidad’, nunca hay que dejar de recordar que la lucha de todo anarquista no expresa ninguna reivindicación hacia el poder, ya sea una mejora de su propia situación singular o una mejora del sistema carcelario. Su objetivo es la destrucción de la institución carcelaria, así como de toda forma de encarcelamiento, incluso la más sinuosa e indirecta. Una mejora de su situación que un rebelde obtiene como consecuencia de su intransigencia, no sólo la exige, sino que la asume por sí mismo en el camino, desbaratando con sus acciones la banalidad del mal que le rodea, incluso a costa de perder su propia vida, tanto dentro como fuera de los muros de la prisión.

Esto es, por supuesto, incomprensible para la mentalidad de cualquier funcionario arribista, de cualquier servidor postrado a los intereses económicos más miserables, de cualquier santurrón interesado en su propia moral burguesa, de cualquier ciudadano hipocondríaco interesado en su propia salud. Ninguno de estos miserables entenderá jamás el sentido de una vida tan extrema como necesaria, y cualquier esfuerzo por hacerlo es tan inútil como dañino. A lo que se enfrenta Alfredo es a una lucha que, casi con toda seguridad, le costará la vida. No porque haga de la autoflagelación una forma pasiva de denuncia del poder, sino porque en la condición en la que se encuentra no tiene la posibilidad de actuar directamente contra el sistema, como siempre ha hecho y reivindicado en el pasado. Porque ésta, se esté o no de acuerdo, es su forma de no renunciar a expresar su conflicto con el dominio.

Quien ama la libertad considera más digna la muerte que renunciar a sus propias ideas, a su propia historia pasando una existencia de esclavo dedicada a la obediencia, o una vida de rendición a la inercia frente a la crueldad de estos tiempos.

Extraído de Dardi, N. 11

Traducido de: infernourbano.altervista.org