Viernes 24 de febrero, la Corte de Casación ha dicho la última palabra sobre la vida de Alfredo Cospito. El compañero no saldrá del 41 bis y, a no ser que se produzca un improbable cambio de parecer, morirá rodeado de enemigos en las mazmorras del Estado. Sería hipócrita no admitir que son horas de abatimiento, de dolor punzante, de rabia insaciable. Nos gustaría estar a tu lado Alfredo, hablarte, tocarte, pero ni siquiera podemos escribirte. Esta es la crueldad del 41 bis. Esta es la abominación en la que se aniquila a los enemigos jurados de este Estado, abominación que tu lucha ha dado a conocer al mundo entero.
Nunca hemos confiado en la justicia ni en sus ritos, conscientes que la confrontación real se ha jugado y se juega todavía, hasta el último aliento, en otro terreno bien diferente. Cualquier sentencia que hubiera salido del palacio barroco que se impone sobre el río Tíber habría sido una sentencia política. No se trata de una afirmación retórica, sino una obviedad banal si se tiene en cuenta que el 41 bis es la única medida de la maquinaria de guerra represiva que ordena directamente el Ministro de Justicia. Por lo tanto, no cabe duda de la responsabilidad de esta decisión: solicitada por la Dirección Nacional Antimafia y Antiterrorista, ordenada por la ministra de Justicia del anterior gobierno Draghi, Marta Cartabia, confirmada por el actual ministro del gobierno Meloni, Carlo Nordio, la medida del 41 bis contra Alfredo Cospito es responsabilidad del Estado italiano en su totalidad. Rechazamos, por tanto, cualquier intento de limitar la responsabilidad al gobierno «fascista», rechazamos cualquier absolución preventiva, cualquier distanciamiento, cualquier atenuante. Esta medida ha sido un acto de guerra interna tomado por el anterior gobierno de Unidad Nacional, mientras el Estado se movilizaba en la guerra de Ucrania. Esta medida ha sido confirmada por el actual gobierno de derechas, que, no sólo en esta cuestión, sino en todas las cuestiones de fondo, está en perfecta continuidad con las políticas de guerra y carnicería social del anterior.
Si algo ha conseguido la movilización de estos meses, es la derrota real y no ficticia –al margen de payasadas parlamentarias y los rituales electorales– de la Unidad Nacional, rompiendo la paz social que anquilosaba al país desde hace demasiado tiempo, abriendo fisuras en el orden público de la tranquilidad burguesa. Si alguien espera protegerse hoy de la furia de los anarquistas, está muy equivocado. Todos sois responsables, ¡malditos seáis!
Esto no quiere decir en absoluto que el Estado italiano estuviera unido y fuese unánime respecto a este asunto. De hecho, debemos decir algo sobre cómo se han desarrollado los hechos en el Tribunal de Casación. La decisión de los verdugos de Piazza Cavour llegó eludiendo la petición del Fiscal General, que, según los ritos de la justicia burguesa, debería representar a la acusación pública, que había abogado por la anulación con remisión de la sentencia del 19 de diciembre que confirmaba el 41 bis. Se trata de una paradoja muy poco frecuente, pero en el caso de Alfredo Cospito es ya la segunda vez que se produce en menos de un año. En junio de 2022 el Tribunal de Casación también dictó sentencia contra Alfredo y los demás compañeros investigados en la llamada operación Sibilla, también en ese caso yendo en contra de la opinión de la Fiscalía General del Estado, que se había manifestado «a favor» de los sospechosos. Una sentencia que jugó un papel decisivo a la hora de apuntalar la misma aplicación del 41 bis, como se ha recordado en otras ocasiones.
Una aparente paradoja, que demuestra que ha habido una enorme presión para llegar al resultado al que nos enfrentamos hoy, presión ejercida por la facción más maniquea y belicista en el poder. Una paradoja que sin embargo nos enfrenta a una certeza: son mucho más débiles de lo que creen. En este contexto se produce el asesinato de Alfredo Cospito. La clase dirigente del país ha demostrado con esta decisión que no es previsora, incapaz de prever las consecuencias no sólo en el futuro inmediato, sino en los años venideros de lo que está perpetrando. El tintineo de las esposas que se empieza a oír de fondo no nos da miedo y demuestra también la incapacidad de visión a largo plazo de los burócratas de la represión.
«Pronto moriré, espero que después de mí alguien continúe la lucha», habría afirmado Alfredo al enterarse de la decisión de los jueces. No hay ninguna duda de que así será. Querían silenciar al compañero, pero sus palabras, sus contribuciones, su historia, nunca han tenido tanta difusión. Una siembra que seguirá dando frutos durante mucho tiempo.