Una cuestión… a ignorar o abordar
Existe urgencia. Puede que no tanto de “salvar el planeta” (dado que el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la devastación de la naturaleza han superado el punto crítico, por lo que “volver atrás” reduciendo progresivamente la huella mortífera de la sociedad industrial ya no parece concebible) como de plantearse una pregunta que exija respuestas decisivas. ¿Qué orientación dar hoy a nuestras luchas en las condiciones que se nos presentan y en las que se vislumbran en el horizonte? Porque nuestras luchas se desarrollan en determinadas condiciones, que varían e influyen en nuestro enfoque, y deben incluirse en nuestros proyectos. Son políticas, económicas, sociales… y también “medioambientales”.
Este último factor no siempre es considerado por los anarquistas, o al menos no lo suficiente. Sin embargo, varios conflictos (especialmente acalorados en los márgenes más “periféricos” de la megamáquina) evidencian el factor ambiental… a menudo poniendo de manifiesto una radical incompatibilidad entre progreso industrial y autonomía. Lo que aún queda de la fauna y de la flora salvaje ve desaparecer rápidamente su mundo y su hábitat a causa del implacable avance de la máquina industrial, de la devastación que produce y del cambio climático. Del mismo modo, decenas de millones de personas sufren de lleno las consecuencias, en la prolongación de todo el sufrimiento y la intoxicación generada por el advenimiento de la modernidad industrial: condenadas al hambre, privadas de agua, envueltas en guerras civiles con el contexto del control de recursos, amenazadas por la subida del nivel del mar, diezmadas por tormentas devastadoras y monstruosas inundaciones, asfixiadas por infernales olas de calor. Esta es la otra cara de la realidad que ya no podemos permitirnos no tener en cuenta en nuestras luchas por la libertad.
¿Extraviarse… o reorientarse?
Si bien esto anima a ampliar nuestros horizontes, a confrontarnos con motivaciones, ideas y sensibilidades expresadas en tales luchas y conflictos aquí y en cualquier otro lugar, a acercarnos a lo que queda de salvaje, no deja de suscitar cierta irritación suspicaz. Si por un lado empuja a tratar de comprender la magnitud del desastre en curso y de qué forma puede modificar las condiciones y la orientación de nuestras luchas, por el otro está quien lo ve como un respaldo a la propaganda científica y una estrategia oportunista. En definitiva, tratar de enriquecer el anarquismo, de darle múltiples colores, sobre todo inspirándose en otros pensamientos, como algunas corrientes ecologistas que han contribuido a hacer temblar los pilares del antropocentrismo, a poner en discusión la relación utilitarista con lo viviente que nos rodea o las lógicas de domesticación sobre las que se basan las civilizaciones estatales, a quitar el economicismo –en sus diversas declinaciones– de su pedestal… parece no protegernos de las vehementes advertencias (sobre la supuesta “colusión” con el enemigo autoritario que lidera las actuales movilizaciones ecologistas).
No bromeamos. El nuevo impulso “ecologista” o anti-industrial no es producto de una manipulación mediática al servicio de la nueva tendencia green: hay muchos motivos para estar realmente enfurecidos y exasperados. Lo mismo puede decirse de las reflexiones sobre los varios colapsos, en acto o potenciales (de la biodiversidad, de algunos Estados-sociedad en la periferia de la explotación capitalista, de modelos productivos al límite de lo que pueden soportar los ecosistemas…), que pueden referirse a excéntricas teorías que justifican la expectación y el abandono de la lucha, que por otro lado ayudan a la contraparte a analizar y comprender las inestabilidades reales (sociales, ambientales, económicas… y hasta “espirituales”) que sacuden este mundo a la deriva. Por otra parte, el anarquismo siempre necesita enriquecerse y, en una época en la que la civilización humana (o más bien industrial) se ha convertido en el principal motor de los cambios en la tierra y el clima superando las fuerzas geofísicas, se vuelve imperativo hacerlo, a riesgo de condenarse a la parálisis o al solipsismo. Ya sea a nivel de nuestro imaginario (sumamente empobrecido desde que la apisonadora capitalista nos ha dejado huérfanos, sin vínculos con nuestro entorno, sin historias ni lazos ni territorios, relegados a las narrativas del poder y cada vez más dependientes de lo virtual) como a nivel de análisis (a veces impíamente falto de profundidad y precisión), o de conocimiento (bastante lagunoso), obviamente sin abandonar el espíritu crítico y la necesidad de la ética.
Del mismo modo, las luchas “ecologistas” pasadas y actuales contra la devastación ambiental y la pesadilla industrial, así como los conflictos que contraponen pueblos autónomos o tribus indígenas al acaparamiento capitalista y estatal (como en el Wallmapu, en el norte de Canadá, en el delta del Níger, en las montañas birmanas…), están repletas de enseñanzas para el anarquismo en la era del cambio climático. Si se piensa en la articulación entre movimiento de resistencia y prácticas de sabotaje, en la relación entre territorio y autonomía, en la proximidad con el mundo salvaje y la ética que este infunde, en la relativa resiliencia autárquica frente al sistema industrial, seguimos viendo reaparecer el mismo nodo central, ecologista si se quiere, de una relación diferente entre el ser humano y su entorno, de otra comprensión o aprehensión de la naturaleza. Se trata de luchas que no sólo logran partir del asalto de aquello que las destruye, sino también mimar, amar y defender aquello que viene atacado y que constituye la fibra vital de su existencia.
Lo que nos debería hacer reflexionar
1. Ahora están surgiendo numerosos conflictos contra proyectos industriales concretos (una mega-balsa, una fábrica contaminante, una nueva autopista, repetidores, un polígono fotovoltaico, un vertedero de residuos nucleares, una mina…). A veces imponentes, casi siempre más modestos, son otros tantos puntos cruciales en los cuales la tentación de la acción directa, del ataque directo contra la estructura nociva, está latente.
2. Estas luchas a menudo se limitan al ámbito de una protesta ciudadana o de la desobediencia civil, presa de los gestores de turno o de recuperadores que buscan renovación para elaborar la “transición energética” y el reverdecimiento de la industria. Pero la experiencia de entrar en lucha, aunque sea de modo “parcial”, de poner el corazón en ello, podría favorecer el surgimiento de una consciencia más amplia y la expansión de la mirada crítica, sobre todo si existen otros puntos de referencia de luchas más radicales.
3. Los programas del Estado francés (ocurre lo mismo en otros lugares Europa) de reindustrializar la economía y reorganizar la producción de energía hace previsible el aumento de tales conflictos. La “transición energética” no hace sino prolongar la agonía, en la medida en que la reindustrialización (así como la carrera por los recursos, ahora desinhibida por estar al servicio de las nuevas tecnologías verdes, la extensión del modelo agroindustrial…), corre el riesgo de constituir el golpe de gracia del ecocidio en curso, como decía una octavilla reciente.
4. Factores aparentemente “externos” como la exacerbación de las condiciones climáticas (sequías) o las tensiones geoestratégicas (guerra, control de recursos, migraciones masivas como consecuencia de los cambios en el clima) tendrán un rol creciente en la eventual expansión de estas luchas, o bien en su evolución hacia formas más ofensivas e insurreccionales.
5. Numerosas personas están implicadas en estos conflictos, lo que empieza a sugerir la posibilidad de un movimiento radical de resistencia. También los encuentros formalmente destinados a permanecer dentro de los límites de la no-violencia y de la desobediencia civil, dan lugar cada vez más a una oposición más determinada, a una “radicalización” que parece preocupar bastante a los garantes del orden y a los principales promotores. Por su parte, el Estado ha conseguido incluso dejar en coma a dos compañeros en los recientes disturbios contra la mega-balsa además de herir a otros cientos, y la represión no parece disminuir.
6. Las acciones de bloqueo y sabotaje se vuelven más generales e incisivas. Cada vez más proyectos/estructuras industriales (de los repetidores a la fibra óptica, de las líneas ferroviarias a las infraestructuras eléctricas) son objetivos frecuentes. Un enfoque similar de la acción subversiva parece responder precisamente a ciertos desafíos contemporáneos (el bloqueo de la recuperación industrial y la transición energética) y al nivel de conflicto posible del momento*.
7. Por último, si es verdad que los cambios en el clima agravarán las tensiones sociales en las próximas décadas, es probable que estas tensiones inflamen vastos territorios. Habrá guerras entre Estados, guerras civiles, regímenes totalitarios, o, precisamente, resistencias insurreccionales y libertarias, y eso dependerá también de las luchas más modestas que llevamos a cabo hoy y de las prospectivas a las que den lugar.
Poco a poco, hipótesis tras hipótesis, sueño tras sueño, se acaban uniendo fragmentos de imaginarios, de análisis y proyectualidades que no ofrecen garantías, pero que pueden hacernos capaces de actuar en mundo actual. Actuar, con cabeza y corazón, no sólo por reflejo. Estamos lejos de un enfoque militante, donde las diferentes actividades aparecen desconectadas entre sí, sin perspectivas a medio o largo plazo. El escenario que se nos presenta no sólo sugiere la importancia de interactuar directa o indirectamente con la conflictividad “ecologista” que se expresa en tantos lugares diferentes. Anima no sólo a inspirarse y a adoptar posturas típicamente anarquistas –como la acción en pequeños grupos, la crítica práctica del Estado y de la mediación, la autoorganización y la autonomía– en el seno de esta conflictividad (rechazando amalgamar a los portavoces más o menos despreciables, los logos mediáticos o los potenciales negociadores/sepultureros con las miles de personas tan diferentes que entran en lucha. Hace que nos confrontemos también con nosotros mismos y nos anima a salir al aire libre. A desenterrar el hacha de guerra, a luchar ferozmente por nuestra libertad, que también está ligada al bosque y a las plantas, a las rocas y a los ríos, al resto de seres vivos, al clima, en resumen, a la naturaleza no como objeto externo sino como fuerza viva que constituye nuestro ser que nos une a todo lo que nos rodea. Esta fuerza es la que padece los continuos asaltos ecocidas de la sociedad industrial sin futuro. Esta es la fuerza que, de una u otra forma, se defiende. Esta es la fuerza que nos incita ahora a cruzar el umbral y a entrar en la resistencia.
Realmente entusiasta
abril 2023
* La pertinencia de las acciones no depende del nivel general del conflicto. No obstante, no se puede evitar reflexionar cuando se adopta una perspectiva subversiva que se propone algo más que una reacción. Pero es un debate largo, espinoso y difícil… que probablemente nos acompañe en todas nuestras aventuras. Tanto mejor.
[anarchie!, n. 36, mayo 2023 vía Ab Irato]