Ciao Alfredo

El miércoles [6 de diciembre] pasado moría Alfredo Bonanno.

Durante más de cincuenta años, Alfredo ha hecho una contribución importantísima al anarquismo revolucionario, como editor, tomo teórico, como hombre de acción, como experimentador de métodos organizativos basados en la afinidad y la informalidad. Lo que lo diferenciaba radicalmente de cualquier intelectual no era solamente su rechazo hacia cualquier carrera académica y toda representación mediática, sino que el hecho de analizar el Estado y el capitalismo no le servía para irse dormir con las ideas más claras, sino para traer consecuencias concretas –éticas, prácticas, organizativas– a la vida cotidiana. Dentro de algunas invariantes del anarquismo –Bakunin primeramente, que Alfredo no momificaba en eruditos manuales históricos, sino que trasladaba a las batallas del presente –, su empeño constante ha sido pensar y practicar un modelo insurreccional adaptado a la época de la reestructuración tecnológica del capitalismo. No la insurrección como espera del momento “X”, sino como intento de atacar aquí y ahora proyectos específicos del poder con una metodología bien precisa: el grupo de afinidad como propulsor, la estructura informal autónoma desvinculada de partidos y sindicatos como propuesta. Del individuo al grupo, en partes más o menos considerables de la clase de los excluidos, en la intervención revolucionaria se articulaba para Alfredo un concepto cualitativo de fuerza (y de vida).

Pero no es de su contribución teórica de lo que queremos hablar hoy, ni de su obstinada determinación como editor, organizador, atracador, preso, sino de lo que ha significado conocerlo para algunos de nosotros, en la época compañeros muy jóvenes. Conocerlo no sólo en los debates y en las iniciativas de lucha, sino en el compromiso cotidiano, ahí donde emergía, junto a su impresionante capacidad de currar, su disponibilidad para la confrontación, su sobreabundancia de vida, su estruendosa risa. No son los tomos, los libelos, los comicios lo que nos viene hoy a la mente sino los raviolis que preparaba en plena noche cuando acabábamos de escribir, maquetar e imprimir un semanario, la indumentaria poco común –pijama, zapatos de cuero, bufanda y gorra– con la que se presentaba ante los técnicos de imprenta o ante los agentes de la Digos, la forma en que sabía conciliar un ego indudablemente engorroso con una inconfundible ironía hacia si mismo.

Dos aspectos de Alfredo nos han formado realmente. La tensión hacia la coherencia y el espíritu de aventura conspiradora. Contrariamente a la prolijidad de algunos e sus textos, algunas de sus fórmulas eran breves y fuertes como sólo las razones de vivir pueden serlo.

¿Por qué la coherencia? Porque cuando no reaccionamos a las injusticias nos sentimos como una mierda, y no queremos vivir sintiéndonos una mierda. ¿Hace falta añadir algo más?

Y luego su más preciosa sugerencia, que nos resuena ahora que asistimos a un horror indescriptible en su amada Palestina: debemos concebir nuestros proyectos sin límites, dejando que sea la realidad la que “nos dé de bruces”, cosa de lo que se encarga con excesiva generosidad, sin anticiparla jamás.

Porque la cualidad de nuestras vidas es más fuerte que todo. Incluso que la muerte.

Gracias, Alfredo.

Traducido de: ilrovescio.info

 

La tensión anarquista.
El anarquismo no solo es un movimiento político. También lo es, pero como aspecto secundario. El anarquismo es esa tensión de la vida, esa cualidad, esa fuerza que logramos sacar de nosotros mismos cambiando la realidad de las cosas.

Alfredo M. Bonanno